La fe evangélica abraza las urnas en América Latina
Dos meses antes de las elecciones más disputadas de la historia de Brasil, en 2014, la entonces presidenta, Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores (PT), una exguerrillera agnóstica declarada, se desplazó hasta São Paulo para asistir a un culto evangélico de casi tres horas. El acto incluyó el discurso de un pastor que rememoró la época en que fumaba “hasta cien piedras de crack por noche” y atribuía el vicio a “un espíritu que domina el sistema nervioso”. Se curó “gracias a la fe”, explicó el pastor ante un auditorio que, además de Rousseff, reunía a la crema del poder brasileño: el entonces vicepresidente y ahora presidente, Michel Temer, ministros, el gobernador y el alcalde de São Paulo —también del izquierdista PT— y los miembros más importantes del Congreso Nacional. Era la inauguración del Templo de Salomón, una megaiglesia de 100.000 metros cuadrados con capacidad para recibir hasta 10.000 fieles construida en el centro de la mayor ciudad del país. El ambicioso proyecto fue planeado por el obispo Edir Macedo, líder de la Iglesia Universal del Reino de Dios (IURD), uno de los principales exponentes de la religión evangélica. La inauguración del templo, transformada en una especie de convención suprapartidaria, es el retrato fiel de la importancia política que los evangélicos adquirieron en el país en los últimos años.
Una constante que se ha extendido por toda América Latina, donde la doctrina evangélica se expande a un ritmo vertiginoso. En una región donde hay 425 millones de católicos (el 40% de la población católica mundial), en un contexto en el que la Iglesia católica está dirigida por el primer papa latinoamericano, los evangélicos suman el 20%, cuando hace seis décadas apenas llegaban al 3%, según datos del Pew Research Center.
El ascenso ha propiciado que se hayan convertido en un actor político determinante, a costa de imponer en la agenda valores retrógrados y a riesgo de hacer retroceder libertades que, en la mayoría de los países, apenas asoman la cabeza. Brasil, Colombia y México, las tres grandes potencias que este año celebran elecciones, serán el termómetro para evaluar el poder de esta doctrina más allá de los centros donde se practica. Si en los dos primeros es notable, en México, enclavado entre un país (Estados Unidos) y una región (Centroamérica) donde los evangélicos cuentan cada día con más poder, es un enigma el papel que van a jugar. En los tres casos, los candidatos, sean de izquierda o conservadores, han hecho guiños, cuando no alianzas, para garantizarse su apoyo.
Los grupos evangélicos han sido capaces de abrir de manera intermitente el debate sobre qué es la familia y atacar cualquier atisbo de legalización del aborto o de matrimonios igualitarios. Más allá, estos grupos apelan a la fe para erigirse en activos en la lucha contra la corrupción, la lacra que carcome la región de norte a sur. Con esta premisa estuvo a punto de alzarse con el poder Fabricio Alvarado en Costa Rica hace dos semanas.
El fulgurante ascenso del pastor evangélico en el pequeño país centroamericano evidenció además cómo estos grupos cuentan, a su favor, con un factor del que carecen los partidos tradicionales, especialmente los más conservadores: la cercanía con clases populares, hartas de las élites, y que tradicionalmente se decantaban por formaciones de izquierda.
Torcer una elección
El caso del PT brasileño sobrevuela en México. El favorito en todas las encuestas, el dos veces candidato presidencial Andrés Manuel López Obrador, decidió unir su formación, Morena, considerada de izquierda, con un partido ultraconservador, Encuentro Social, que defiende la familia como un pilar. La aparente alianza contra natura soliviantó a buena parte de los potenciales votantes y a las bases de Morena, pero no ha tenido aún consecuencias en los sondeos. El candidato de Morena, López Obrador, es consciente de que puede llegar a necesitar el apoyo de la comunidad evangélica, pese a que esta no es tan numerosa como en Brasil.
El líder de Morena pasó, en medio año, de decir que nunca podría estar acompañado por Encuentro Social a proponer, el día que fue ungido como candidato por los ultraconservadores, una Constitución moral para el país.
El poder de los evangélicos no será determinante en México salvo que la votación sea muy cerrada y contar con su apoyo se vuelva crucial. El caso más reciente es el de Colombia. La noche del 2 de octubre de 2016, los colombianos rechazaron en plebiscito, por una exigua diferencia, el acuerdo de paz negociado con la entonces guerrilla de las FARC. Aquel día, la comunidad evangélica, sobre la que muy poca gente había situado los reflectores, salió a celebrar. Habían conseguido que dos millones de fieles, según cálculos de las principales iglesias de esta confesión, votaran no.
Le recordaron al país que son capaces de hacer frente al 70% de ciudadanos que se confiesan católicos y torcer una elección. Las autoridades estiman que hay seis millones de evangélicos, aunque los pastores suben la apuesta con cálculos de entre 8 y 12 para una población de unos 48 millones de habitantes. Es la confesión que más crece, no solo en número, también en repercusión. Cuentan con un potente altavoz: 145 emisoras y 15.000 centros religiosos, según datos del Consejo Evangélico.
La noche del 27 de mayo, las urnas demostrarán si su poder es determinante también para poner y quitar presidentes. El resultado en la contienda legislativa del pasado marzo demostró que la fuerza que demostraron durante el plebiscito se diluye cuando no hay un único enemigo a batir. El voto evangélico se divide en el mismo número de candidatos de su confesión. A priori, Iván Duque, candidato del Centro Democrático, el partido creado por el expresidente Álvaro Uribe, es quien está más cerca de ganarse el apoyo evangélico, en la medida en que está apoyado por Alejandro Ordóñez, el exprocurador de Colombia que defiende que “la restauración de la patria pasa por la restauración de la familia”. Un único modelo de familia formada por un hombre y una mujer. El candidato Duque, por el momento, no se ha pronunciado sobre este tema en un aparente ejercicio de neutralidad.
Los principales pastores evangélicos de Colombia siempre han manifestado que no invitan a sus fieles a apostar por ningún candidato, sino a votar en conciencia para defender su modelo de familia. Aunque al mismo tiempo mandan un mensaje claro: “Estamos presentes en los sectores políticos, culturales, económicos y sociales del país”.
Por tener posiciones claras y similares a las defendidas por buena parte de los evangélicos, Jair Bolsonaro, el candidato de extrema derecha para las elecciones presidenciales que se celebrarán en Brasil el próximo mes de octubre, se perfila como el que puede tener más oportunidades de atraer su apoyo. Bolsonaro, un militar en la reserva que defiende la tortura y el derecho de portar armas, fue hasta bautizado por un pastor, en 2016, en aguas del río Jordán, en Israel.
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