El paréntesis del fútbol
Cada cuatro años el mundo abre un tiempo a la fantasía. Es la Copa del
Mundo. El fútbol no ha sido siempre un ritual inocuo. Puede precipitar
una guerra en toda forma, como la de Honduras y El Salvador en 1969.
Puede provocar brotes repugnantes de chovinismo y racismo (como
ocurre, con frecuencia preocupante, en los estadios europeos). Puede
servir como cortina de humo, como ocurrió en Argentina, en 1978,
cuando los generales, aprovechando la euforia del triunfo,
acrecentaron su política genocida. Puede alentar espejismos ridículos
sobre el destino de una nación encomendado a 11 muchachos persiguiendo
un balón ("Por qué no le dan una pelota a cada uno, y se acaban los
problemas", dijo más o menos Borges). Pero en este mundo violento y
discorde, el paréntesis es bienvenido.
En México, el extraordinario auge del fútbol --importado en 1902 por
los mineros ingleses-- data de los años cincuenta y sesenta. Durante la
primera mitad del Siglo XX, rivalizaba sanamente