‘Intoxicado por el poder’, el Partido de los Trabajadores de Brasil cae en desgracia
BRASILIA — Desde sus inicios como un grupo de marxistas que desafiaba
a los gobernantes militares de Brasil, el Partido de los Trabajadores
creció para convertirse en uno de los movimientos de izquierda más
perdurables en el mundo: una fuerza electoral que dominó la política
de la nación durante más de una década.
No obstante, el senado brasileño le asestó un golpe devastador el
jueves pasado, cuando votó a favor de suspender a la Presidenta Dilma
Rousseff y apartó del poder a la organización política que ha
gobernado a la nación más grande de América Latina durante 13 años, el
régimen más largo de un partido elegido democráticamente en la
historia de Brasil.
"El Partido de los Trabajadores fue un partido de esperanza, pero sus
líderes se intoxicaron de poder y ahora esas esperanzas han sido
frustradas", declaró Hélio Bicudo, de 93 años, uno de los miembros
veteranos del partido y exlegislador, quien desertó en 2005.
Después de una década de altísima popularidad, la fortuna del Partido
de los Trabajadores se vio golpeada por una serie de crisis económicas
y un escándalo descomunal de corrupción que derribó a algunos de sus
líderes principales.
Mientras la pobreza acababa con millones de brasileños, el partido que
había llegado al poder con promesas de representar al pueblo y
eliminar la impunidad terminó siendo parte del mismo tipo de
corrupción que por tanto tiempo caracterizó a las clases gobernantes
del país.
Aunque Rousseff no ha sido acusada de corrupción (su proceso de
destitución se basa en una artimaña presupuestaria que tenía la
intención de aumentar sus posibilidades de reelección), los escándalos
de corrupción han empañado la reputación de su mentor, el expresidente
Luiz Inácio Lula da Silva, referente del Partido de los Trabajadores,
quien la eligió para que fuera su sucesora y tenía planeado contender
de nuevo en 2018.
Da Silva aún no ha sido acusado de ningún delito, pero los fiscales
federales están investigando su participación en una conspiración que
involucraba desvío de dinero de la compañía petrolera nacional a los
fondos de campaña del Partido de los Trabajadores.
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El expresidente Luiz Inácio Lula da Silva en una rueda de prensa en
marzo. El referente del Partido de los Trabajadores, eligió a Dilma
Rousseff como su sucesora y tenía planeado contender de nuevo en 2018.
Credit Lalo Almeida para The New York Times
Algunos aliados importantes de Da Silva, entre ellos, miembros
veteranos del partido, han sido encarcelados o están siendo
investigados por su participación en esta conspiración, la cual
distribuyó miles de millones de dólares en sobornos entre personajes
destacados de la esfera política.
Incluso en una nación acostumbrada a la corrupción sistémica, la caída
de un partido que alguna vez se comprometió con la transparencia y el
gobierno limpio ha agudizado la desconfianza en los políticos.
También está presente la amenaza de echar por tierra algunos de los
logros del partido, una fuerza política que ayudó, admitieron incluso
sus detractores, a aliviar la apabullante pobreza y la desigualdad
económica que ha plagado esta nación de 200 millones.
"Que el Partido de los Trabajadores se manchara al involucrarse en
toda esta corrupción es una tragedia, quizá la mayor tragedia de lo
que está pasando hoy", afirmó José Murilo de Carvalho, historiador.
De acuerdo con lo que reportan los medios de comunicación brasileños,
en las últimas semanas, más de 130 alcaldes que ganaron el puesto con
una candidatura del Partido de los Trabajadores han cambiado de
partido y cerca de 30 diputados en la Cámara Baja del congreso,
aproximadamente la mitad del pleno, han sugerido que deberían hacer lo
mismo.
Otros partidos fueron parte de este juego de corrupción; sin embargo,
animados por la caída política de Rousseff, sus oponentes en la
legislatura están trabajando para revertir algunos de los logros del
partido de esta, incluidas las estrictas leyes ambientales, de
protección a indígenas brasileños en el Amazonas y leyes que
criminalizan las condiciones de trabajo abusivas en los ranchos
ganaderos.
Jan Rocha, autora del libro "Brazil Under the Workers's Party", opinó
que tales esfuerzos, si logran concretarse, podrían atizar las
divisiones de clase y provocar un contragolpe violento por parte de
los brasileños que han sido privados de su voto y corren el riesgo de
ser quienes más pierdan en el repliegue de las políticas del partido.
"El Partido de los Trabajadores representó un intento por cambiar el
escenario político en Brasil y dio voz a los millones de brasileños
que nunca la habían tenido", afirmó. "Sacó de la pobreza a millones de
personas, pero Brasil sigue teniendo un espantoso y largo camino que
recorrer antes de convertirse en una sociedad equitativa".
Marcado por la avaricia, la traición y la conquista eterna de más y
más poder, la caída en desgracia del partido presenta todos los
elementos de una tragedia shakespeariana.
Su principal protagonista es Da Silva, de 70 años, quien trabajó
lustrando zapatos cuando era niño, antes de conseguir trabajo en una
fábrica de tornillos. Desde ahí, llegó a la presidencia y supervisó el
auge económico.
Inició en la década de 1970, cuando ayudó a transformar un grupo
heterogéneo de activistas laborales, miembros del clero católico
romano liberal y estudiantes idealistas en un formidable movimiento
político que se enfrentó a los líderes militares del país.
Formado en 1980, el Partido de los Trabajadores rechazó el dogma
marxista estricto y adoptó un proceso democrático para elegir a sus
líderes.
Da Silva compitió por el puesto con la consigna "Tierra, trabajo y libertad".
A finales de la década de 1980, los candidatos del partido estaban
ganando elecciones. En 1986, Da Silva fue electo como miembro del
Congreso y, dos años más tarde, un candidato del Partido de los
Trabajadores ganó la alcaldía de São Paulo, la ciudad más grande del
País. Fue entonces cuando Da Silva puso sus ojos en la presidencia.
Conocido ampliamente por el apodo de Lula, era una figura política con
pocas posibilidades de ganar, su manera de hablar poco refinada y su
retórica izquierdista inquietaba a la élite brasileña. No obstante, en
1998, después de tres candidaturas a la presidencia que no tuvieron
éxito, Da Silva modificó su estrategia. Dejó las camisetas por trajes
sastres y se deshizo de los discursos de cambio revolucionario para
decir que se ocuparía de la deuda exterior de 250 mil millones de
dólares que estaba coartando la economía brasileña.
Su nuevo eslogan: "Lula, amor y paz".
En 2002, empleó el descontento popular sobre la desigualdad económica
y la corrupción descontrolada para ganar la presidencia de manera
abrumadora. Las medidas de austeridad que introdujo y una creciente
demanda de los productos básicos de Brasil ayudaron a enderezar la
economía, pero no tardó en darse cuenta de que era necesario hacer
acuerdos con el reacio congreso brasileño para lograr aprobar su
ambiciosa agenda legislativa.
Para los expartidarios incondicionales como Idelber Avelar, el punto
de rompimiento llegó cuando Da Silva comenzó a repartir cargos
clientelistas y a formar alianzas con los líderes de los partidos de
oposición que no compartían los ideales del Partido de los
Trabajadores.
"Representaba todo aquello en contra de lo que había estado luchando
el partido", declaró Avelar, académico que ahora vive en Estados
Unidos. "Había algunas alternativas, pero la primera opción fue optar
por la política de hacer tratos a puerta cerrada".
El acuerdo con los aliados que pedían renta casi hunde al gobierno de
Da Silva en 2005, cuando el plan para comprar votos mediante pagos a
los legisladores de la oposición por su lealtad fue expuesto en los
medios brasileños. Da Silva sorteó el escándalo y fue reelecto en
2006, aunque se vio sustancialmente debilitado por esta crisis y
estuvo forzado a hacer aún más alianzas para mantener el apoyo del
congreso.
Aparentemente, los funcionarios del Partido de los Trabajadores no
aprendieron la lección que les dio su acercamiento al escándalo, pues
se involucraron de manera secreta en un gigantesco esquema de sobornos
con los ejecutivos de Petrobras, el gigante energético propiedad del
Estado. El arreglo consistía en tomar miles de millones de dólares del
auge petrolero y desviar el dinero hacia el Partido de los
Trabajadores y sus socios de coalición en el congreso.
El escándalo sacudió a la clase dirigente del país y hay decenas de
ejecutivos corporativos y líderes de partido que han ido a prisión o
están bajo investigación.
"Nuestros mayores logros fueron sacar a 36 millones de personas de la
pobreza y elevar otros 40 millones a la clase media", declaró Da Silva
en un correo electrónico esta semana. "Seguimos siendo un partido que
se preocupa por los pobres y la justicia social".
A menos que se le acuse de algún delito, muchos analistas políticos
siguen esperando que Da Silva compita por la presidencia en dos años.
"En la política brasileña, nunca puedes poner la maquinaria en contra
de alguien y creer que no se recuperará", explicó Alfred P. Montero,
autor del libro "Brazil: Reversal of Fortune" y catedrático en
Carleton College. "He observado a estas personas desde la década de
los ochenta, y siempre regresan".
Los expertos opinan que, a pesar de los problemas por los que pasa
actualmente, el Partido de los Trabajadores, con sus 500.000 miembros
activos, seguirá siendo una fuerza poderosa en la política de Brasil
los siguientes años. Algunos consideran que la crisis de la
destitución quizá incite a un periodo de introspección que podría
ayudar a revigorizar el partido.
"El Partido de los Trabajadores está volviendo a ser la oposición, lo
cual quizá sea justo lo que recetó el médico", afirmó Montero.
Por ahora, los que permanecen fieles al Partido de los Trabajadores
están ocupados en una búsqueda interior. ¿El partido abandonó sus
ideales en la embriagadora avalancha de poder? ¿O sus líderes se
adaptaron a un sistema arraigado y defectuoso?
Lincoln Secco, catedrático de historia contemporánea en la Universidad
de São Paulo y miembro veterano del partido, declaró que Da Silva
cometió un error catastrófico durante sus primeros meses en el poder
al no impulsar cambios políticos a pesar de la dificultad, incluido el
ajuste del sistema de finanzas de campañas que depende tanto de los
donantes corporativos.
"Si el partido no confronta el sistema político, no hay otra forma de
gobernar en Brasil salvo estableciendo alianzas corruptas", aseveró.
"Escogieron el camino fácil".
A pesar de las desilusiones, millones de brasileños siguen teniendo
gran afecto hacia el partido, especialmente aquellos que se han
beneficiado de los distintos programas de bienestar social que se
implementaron durante los ejercicios de Da Silva y Rousseff. Estos
incluyen un estipendio mensual para los residentes más pobres del país
y programas que permitieron a millones de personas ir a la universidad
por primera vez.
Milton Nunes Sobrinho, de 53 años, portero en São Paulo, reconoce la
ayuda que le brindó el partido para conseguir un trabajo estable,
comprar un auto usado y sacar a su familia de una casucha infestada de
ratas, gracias al programa de préstamos con subsidio federal, el cual
generó 2,6 millones de nuevos propietarios de casas durante la década
pasada.
"Todo lo que prometieron, lo hicieron", dijo Sobrinho. "Todo el
progreso que hemos tenido en nuestras vidas es por ellos".
Al preguntarle sobre los problemas del partido, sacudió la cabeza.
"Todo es un juego político", respondió. "Y la siguiente ocasión
definitivamente votaré por el candidato del Partido de los
Trabajadores".
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