El mejor pabellón es el de mi mamá

Ayer, por celebrarse el Día de las Madres, visité a la mía quien por cierto cumplió 95 años. Me enterneció verla en la batea lavando la ropa de mis hijos, con el último y desgastado jabón azul que compró luego de haber pasado 3 horas haciendo cola. Traía puesta su batica raída de flores grises, llena con zurcidos de diferentes tamaños. Verla así me partió el alma.
–¡Mamá! ¡Deje eso!– dije indignado. Y en un ataque de consideración la abracé y añadí –¡Vieja, hoy vamos a celebrar su día! Hoy no lavará la ropa de mis hijos, sólo mis camisas. Eso sí, me las plancha con cariño y le pone almidón, como siempre. Y cuando termine, no solamente la dejaré ver su novela española, sino que además le daré una gran sorpresa.
–¿Cuál, mijo? –respondió con tremulita voz.
–Resulta que por Twitter me enteré de que llegaron caraotas negras al mercado de San Martín. Así que entre mis hermanos, unos amigos y yo, hicimos una vaca y este año en lugar de matarse la vida preparando un sancocho, ¡nos va a preparar un delicioso pabellón criollo de esos que sólo usted sabe hacer!
Para no perder tiempo, le pedí a mi vieja que comprara los aliños, la carne mechada y los plátanos en el mercado, mientras mis hijos y yo desayunábamos en el cafetín. Al regresar, todos la aplaudieron. Mamá entró sudada cargando su pesado saco lleno de ingredientes y se fue para la cocina.
Mientras mamá seleccionaba las caraotas y le quitaba el pellejito a la carne, porque ella sabe que nos gusta sin grasa, yo me echaba palos y jugaba dominó con unos vecinos quienes llegaron con sus esposas y suegras.
Por cierto, estoy arrasando con la tercera edad. Todas las suegras de mis vecinos se me insinuaron: “Si quieres te enseñó a bachaquear después del almuerzo”, me dijo la más atrevida, y no faltó la hipócrita quien, a todo gañote, gritó: “¡Coño, que alguien ayude a la abuela con el pabellón! ¡Zánganos!”.
–¡No! –respondí en su defensa– ¡Déjenla! A ella no le gusta que la ayuden. ¡Mamá!, para amortiguar prepara unos pastelitos con lo que sobró del guiso.
A las siete de la noche comimos el pabellón. Todos estábamos rascados con anís con yogurt cuando llegó César Miguel Rondón con un trío de músicos de la Plaza Venezuela, de esos que llaman “vente tú” y que imitan a Los Panchos. Mamá lloró de emoción.
Mi bella vieja pasó toda la madrugada lavando los platos porque no le gusta encontrarlos sucios al día siguiente.
Este año fue especial. Al menos esta vez, mi mamá no preparó sancocho.
Por Claudio Nazoa

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