Libertad de expresión y democracia

Revista de la Universidad de México

Ofrecemos en el siguiente expediente un acercamiento a las principales líneas de fuerzas que cruzaron las distintas mesas de discusión del Encuentro Internacional de Periodismo organizado en el Centro Cultural Universitario Tlatelolco de la Ciudad de México por el periódico El Universal —publicación central del diarismo mexicano que el próximo año alcanzará su centenario—, The Aspen Institute y la UNAM. Este congreso fue un festín de las ideas, la oportunidad de hacer un alto momentáneo para revisar y revalorar desde la perspectiva latinoamericana los desafíos y posibilidades que el “cuarto poder” enfrenta en el siglo XXI.
Abrimos con las reflexiones que José Narro Robles, rector de nuestra Universidad, presentó en la ceremonia inaugural del simposio; en ellas se refirió a los peligros y retrocesos que conoce una sociedad democrática en la que se coarte la libertad de prensa. También incluimos un texto de Juan Ramón de la Fuente, ex rector de la UNAM, quien formula algunas de las principales aportaciones de las distintas mesas realizadas.
En este congreso, realizado el 10 y 11 de septiembre pasados, participaron con sus ideas personalidades de la letra diaria en la escena internacional como Fernando Savater, Nélida Piñon y Manuel Castells, así como exponentes de los cambios que han introducido las nuevas tecnologías: Lino Cattaruzzi, de Google, Luis Arvizu, de Yahoo, y Daniel Bekerman, de Microsoft, al lado de notables habitantes de la redacción en distintos medios mexicanos, como la propia Elena Poniatowska, Juan Villoro, María Amparo Casar, Leonardo Curzio, Rossana Fuentes Beráin, Jorge Islas, Adriana Malvido, Jacqueline Peschard, Federico Reyes Heroles, Héctor de Mauleón y Francisco Valdés Ugalde e Ignacio Solares.
Antes que nada, una sincera y cordial felicitación a todos los que han hecho posible que el periódico El Universal llegue, el próximo año, a su centenario, y que lo haga con una gran presencia nacional. Se trata de un diario con una extraordinaria trayectoria y un porvenir estimulante. Felicito al licenciado Juan Francisco Ealy Ortiz, quien desde 1969, durante los últimos 46 años, ha dirigido este diario. A él le agradezco que me haya invitado a participar en esta reunión. En especial un reconocimiento para todos los reporteros, directivos, articulistas y trabajadores que en varias generaciones le han dado vida a este importante medio de comunicación.
Gracias, por otra parte, a los intelectuales, pensadores y expertos que habrán de intervenir hoy y mañana en este Encuentro Internacional.
Iniciar, dirigir y mantener una empresa implica tomar riesgos. Un diario es una empresa tal y como describe este término el diccionario de la Academia de la Lengua: una acción que entraña dificultad y cuya ejecución requiere dedicación y esfuerzo. Seguramente así lo entendió Palavicini cuando fundó esta publicación. Así lo han concebido, seguramente, todos los que a lo largo de un siglo se han dedicado a transmitir hechos y opiniones, a informar y a expresar con libertad sus ideas, juicios y valoraciones.
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Juan Francisco Ealy Jr., Miguel Ángel Mancera, José Narro Robles, Juan Francisco Ealy Ortiz y Miguel Alemán Velasco
© Javier Narváez
Ángel Gabilondo sostiene que “cada vez deberían importarnos más menos cosas”; sin duda, la libertad es una de ellas. Se trata del derecho fundamental del ser humano, pero también es una condición humana por excelencia. Fernando Savater, uno de los 18 intelectuales que participan en este Encuentro, nos ha recordado la afirmación de Sartre en el sentido de que “Los seres humanos estamos condenados a la libertad”. No se puede estar en desacuerdo con esta afirmación. Los seres humanos necesitamos ser libres. La libertad es inherente a nuestra condición como personas. Sólo en libertad florece lo mejor de los individuos y las colectividades.
Sé bien que hay muchas maneras de entender lo que es la libertad; sin embargo, yo prefiero el concepto que se incluye en la Declaración Universal de los Derechos Humanos que señala que: “La libertad consiste en poder hacer todo aquello que no cause perjuicio al otro”. Bajo este principio, creo yo de alcance universal, la libertad se expresa de muy diversas maneras y en distintos ámbitos.
La libertad, como todas las cosas valiosas, debe cultivarse día a día, cuidarse, honrarse y, si es el caso, debe defenderse ante cualquier intento autoritario, ante cualquier amenaza. La libertad es un derecho humano fundamental y como tal también es un ideal que no siempre se alcanza plenamente, que siempre tiene algún desafío y que no florece ante las carencias primordiales.
Por ello, coincido una vez más con Fernando Savater cuando señala que la libertad enfrenta dos grandes enemigos: la ignorancia y la miseria. Los individuos sin acceso a la educación, por lo menos la básica, son más vulnerables ante decisiones ajenas, son más susceptibles a que se les impongan las resoluciones de otros. Su capacidad de exigir sus derechos es menor, y menor es también su capacidad de participar en igualdad de condiciones en la sociedad.
De igual manera, la miseria restringe a la persona, acota sus perspectivas del mundo y de sí mismo, limita el alcance de sus acciones y determinaciones. Lamentablemente, con frecuencia la miseria y la ignorancia van de la mano. Se trata de dos caras de la misma moneda.
En nuestro país falta mucho por hacer al respecto; por ejemplo, el rezago educativo es enorme, como lo demuestra el hecho de que casi 32 millones de personas de 15 años y más estén en esa condición. De ellos cerca de cinco millones no saben leer ni escribir, casi diez millones no han terminado la educación primaria y 17 millones más no han concluido la secundaria. La cifra es enorme y supera incluso el número de personas que actualmente cursan la educación básica, que es de poco menos de 26 millones. A manera de resumen puede decirse que en el país uno de cada seis mexicanos de 15 años y más no concluyeron la educación elemental o incluso son analfabetos.
Con respecto a la pobreza, baste recordar que según el Coneval en 2014 en el país se registraron 55 millones de pobres, 46 por ciento de la población total, de los cuales 11.4 millones viven en condiciones de pobreza extrema.Desafortunadamente, en México contamos con grandes núcleos de población que sufren desigualdad económica, social y de oportunidades. Entre ellos están los grupos vulnerables de siempre: los indígenas, las mujeres y los jóvenes.
En la actualidad, lamentablemente en todo el mundo, México incluido, muchos seres humanos, sobre todo mujeres y menores de edad, viven en situación prácticamente de esclavitud. Su libertad se ve limitada por situaciones que, por increíble que parezca, todavía se registran en pleno siglo XXI. Me refiero a la trata de personas, a la explotación laboral o sexual, a los migrantes sin derechos o al caso de los menores desprotegidos. Según la Organización Internacional del Trabajo, se estima que casi 21 millones de personas en el mundo son víctimas de trabajo forzoso o de trata para la explotación laboral y sexual.
Por otra parte, la sociedad en que vivimos enfrenta una crisis de valores laicos que afecta el desarrollo de la democracia, el avance de las naciones y la solución de los problemas de siempre. Mientras el sistema de valores predominante califique el éxito en razón de la acumulación de dinero y bienes materiales, la sociedad seguirá en el camino equivocado. Esto tiene peores consecuencias en un país como el nuestro, donde predomina la desigualdad, porque genera entre los que menos tienen sentimientos negativos que los llevan a buscar la manera fácil de conseguir eso que se valora como éxito.
Confieso que soy uno de los que consideran que la violencia que sacude algunas zonas del país, que afecta de manera directa el ejercicio del periodismo, también está relacionada con esa crisis de valores y con una educación deficiente. Me parece que, junto con otras instancias de la sociedad como la familia y el propio sistema educativo, los medios de comunicación tienen un compromiso ineludible con la promoción y el reforzamiento de los valores cívicos, tales como la libertad, la igualdad, la democracia, la honestidad, la solidaridad, el diálogo, la lealtad, el respeto y la tolerancia. Debemos transmitir que cuando se tienen resueltas las necesidades fundamentales, estos valores brindan más satisfacción y felicidad que la acumulación de bienes materiales.
En el momento en que el hombre se comunica, condición ineludible para la existencia de la sociedad, ejerce su libertad de expresión. Libertad que, por cierto, es una de las condiciones inescapables de la democracia. La libertad de expresión es esencial para el ser humano. Todos tenemos derecho a pensar y a decir lo que pensamos. Se trata de una capacidad humana que debe ejercerse sin restricción.
La única censura que al respecto puede aceptarse es la que uno mismo se impone, en particular cuando se puede ofender, lastimar o afectar a alguien sin contar con argumentos o pruebas que permitan sustentar lo dicho. En todo caso, conviene aceptar que en el ejercicio de la libertad de expresión es mejor la abundancia que la merma.
Hoy día, lamentablemente, el periodismo se ha convertido en una profesión riesgosa. Cuando pareciera que la libertad de expresión, establecida en nuestra Constitución Política, es un tema irrebatible, resulta inaceptable que algunos periodistas sean asesinados para acallar sus voces, para anular sus opiniones, para eliminar su libertad de expresión pero también para disminuir la nuestra. Es evidente que el ejercicio de la comunicación enfrenta obstáculos, asedios y por supuesto violencia.
El autoritarismo de cualquier signo y procedencia es uno de los principales enemigos de la libertad de expresión, ya que lo mismo genera miedo que puede silenciar voces y conciencias. El autoritarismo puede hacerse presente al interior de las familias, de los propios medios y de las instituciones. La lucha contra este mal y en favor de la libertad nunca termina.
Sin embargo, se debe tener presente que todo derecho se acompaña de responsabilidades. Al ejercer el derecho a la libertad de expresión debemos ser responsables de lo que decimos. Debemos informarnos, investigar para estar seguros de que lo que expresamos es cierto. Debemos pensarlo bien para no decir algo sin fundamento, simplemente por la conveniencia o por el deseo de lastimar a otros.
Señoras y señores:
El mundo que nos tocó vivir está lleno de paradojas. Los abismos que lo caracterizan lo retratan. Junto al desperdicio coexiste la carencia, frente al progreso se refleja el atraso. En el mismo vagón viajan el pensamiento más elaborado y la injusticia más primitiva. En la misma morada habita el humanismo más refinado y la condición humana depredadora que amenaza la propia existencia de la vida en el planeta. Nos exigimos democracia en lo local y se tolera la tiranía de los grandes corporativos financieros que actúan con dureza y sin sensibilidad, a su antojo y sin regulación alguna, para decidir la marcha del mundo.
Ha llegado el momento de hacer un alto en el camino, de hacerlo para revisar la travesía realizada, pero también para estar seguros del destino al que nos dirigimos. Resulta imposible proseguir con el lastre acumulado a lo largo de los siglos, reflejado en los grandes males de siempre de la sociedad: la pobreza, la ignorancia, la injusticia, la corrupción y la impunidad, las enfermedades prevenibles, la desnutrición y el hambre, la carencia de servicios fundamentales. Somos muchos los que sostenemos que para cambiar hay que hacerlo ya y en la doble dimensión de lo individual y lo colectivo.
En lo individual mediante la educación. Se requiere de más y mejores sistemas. Es verdad que la educación no tiene todas las respuestas, pero también lo es que sin educación no hay respuesta alguna a los grandes temas. En lo colectivo la lucha será todavía más difícil. Lo será porque lo que debe cambiar es el modelo de desarrollo humano que se ha seguido y los valores que le acompañan. Lo será, porque los intereses para no cambiar son monumentales.
Tanto las instituciones de educación como los medios de comunicación tienen la obligación de luchar contra la ignorancia, contra el autoritarismo y contra el deterioro de los valores cívicos y laicos. Al respecto de todo lo señalado, hago una paráfrasis de un pensamiento de José Carlos Mariátegui y sostengo: “La utopía mueve al hombre, sin ella su existencia no tiene ningún sentido”. Construyamos a partir de este encuentro nuestra propia utopía.
Por todo lo anterior, reitero mi felicitación a El Universal por aprovechar la celebración de sus cien años de existencia, para organizar este encuentro en el que se sumarán autoridad moral, inteligencia y experiencia para combatir estos y otros enemigos de la libertad de expresión. Los medios de comunicación son clave para la construcción de una sociedad más activa, mejor informada y por ello más crítica y proclive a expresar y defender su pluralidad.
Por ello, los medios de comunicación tendrán que acelerar el cambio y generar mecanismos de autorregulación con valores compartidos. Los medios con frecuencia son estructuras privadas pero de interés público. Ellos, ustedes, tienen una gran oportunidad. Deseo que próximamente, al celebrar el sesquicentenario de El Universal, las cosas sean diferentes. ¡Que así sea! ¡Cuánto antes, mejor!
Muchas gracias.

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