Asfaltemos el Ávila

Estoy harto de escuchar que el hueco de la capa de ozono está más grande. Estoy cansado de salvar horribles especies de insectos con el cuento de que están en vía de extinción. ¡Que se extingan!

Nunca comprenderé a quienes aman la vida natural. Viven obsesionados haciendo dietas, yoga y ejercicios. Corren sin que nadie los persiga, toman ocho vasos de agua y evitan comer carne porque dicen que son cadáveres. Jamás entenderé a quienes odian el chicharrón frito y huyen de ingerir licor.

Díganme el fastidio de: “Salvemos a las ballenas”. Propongo que mejor salvemos a Gaby Espino y a Andrea Matthies de futuros matrimonios. ¡Eso sí vale la pena!

Todos conocen mi pasión por el whisky. Placer que en Venezuela es, hoy en día, difícil de disfrutar debido a los aberrantes precios que lo hacen tan inalcanzable, y debido también al ataque irracional de los amantes de la demencial vida sana, quienes, en medio de su locura, creen que no hay nada más saludable que el aire puro y el agua.

A 300 km por hora, el aire puro destruyó Nueva Orleans. Y el agua cristalina que cayó, casi borra del mapa una de las ciudades más bellas. Mientras esta tragedia ocurría, las seductoras botellas de whisky reposaban serenas e indefensas en los botiquines de esa ciudad. Entonces, ¿quién es el peligroso?, ¿el whisky o el agua?

Propongo que la Asamblea Nacional apruebe una ley para asfaltar el Ávila, el Parque del Este y el Jardín Botánico. Si existen bellos edificios y el cemento dura para siempre, ¿para qué preservar espacios verdes? ¿Acaso lo mejor de subir el cerro el Ávila, no es apreciar lo bella que es Caracas con su tráfico, autopistas y edificios?

Si cree que estoy equivocado, propongo que suba a pie el Ávila sin voltear a mirar hacia Caracas, para que vea qué fastidioso es.

Subir el Ávila es bueno, pero en teleférico. Desde allí, disfrutamos de la ciudad de Caracas y pensamos: ¿espacios verdes? ¡No! Yo lo que quiero es ver el concreto de Caracas.

Muchos estamos cansados de la vida sana y de la naturaleza. Déjennos morir con las venas tapadas, viendo Sábado Sensacional, gordos y borrachos, pero felices.


Aunque suena contradictorio, confesaré algo: soy un amante de la ciudad de Caracas y, sin embargo, mantengo una relación amorosa con el cerro el Ávila. Por eso, el día que yo muera, quiero que cremen mi cuerpo y que esparzan mis cenizas en la Cota Mil, para que, con suerte, esta vez sí, la brisa me ayude a subir el Ávila, pero sin el teleférico.

Claudio Nazoa

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