Literatura y fútbol

Jorge Alberto Gudiño Hernández


La cultura y el deporte son conceptos que suelen estar disociados
pese a la tradición helénica. De tan lejana, apenas se asientan los
referentes como buenas ideas o propósitos por cumplir. Es probable que
la especialización a la que hemos llegado en nuestros días impida que
uno pueda cultivar cuerpo y alma a niveles similares aunque eso no
explica la aparente animadversión que existe entre las disciplinas.

Sobra decir que dicho encono no es tal. Es cierto, quienes se dedican
al deporte difícilmente se dejan seducir por la literatura y
viceversa. Pero, en ese mismo tenor, tampoco es que se vea a una gran
mayoría de escritores tratando de comprender los postulados básicos de
la teoría de cuerdas o a químicos especializados en nanopartículas
corriendo maratones.

De nuevo, los estándares de calidad actuales impiden dedicarse a
fondo a muchas actividades. Al margen de la falsa antipatía entre
quienes se dedican a una y otra disciplina, llama la atención lo
escasa que es la literatura deportiva, perdonando la bitopía que
genera el enunciado. En concreto: existen algunos magníficos ejemplos
de novelas y cuentos en los que se habla de un deporte en particular.

Sin embargo, son muy pocos si se comparan con otros temas. Mucho más,
si se considera la importancia de estos deportes en la vida de las
personas. Cualquiera podría suponer que escribir cuentos ambientados
en los Juegos Olímpicos aseguraría el éxito comercial y, no obstante,
es muy difícil encontrar dichas narraciones.

Sucede que no es nada sencillo. El deporte parte de su propia
narrativa. Sobre todo, cuando se trata de competencias. Cada
disciplina tiene a sus héroes y acumula hazañas que, si acaso,
precisan de la crónica, no de la ficción. Baste pensar en las
posibilidades. Es casi imposible narrar un partido de béisbol en el
que haya mayores emociones que las despertadas en la última entrada
del séptimo juego de la Serie Mundial cuando el equipo de casa remonta
con un cuadrangular con la casa llena.

Hacerlo resultaría tan forzado que se volvería inverosímil y, sin
embargo, ha sucedido. Estas hazañas de último minuto, cuando la
esperanza de unos está tan desvanecida como exaltada los ánimos de los
otros, suceden con una frecuencia abrumadora y en la realidad.



¿Cómo narrar, entonces, un cotejo más?

Peor aún: ¿cómo escribir más de una veintena de cuentos de fútbol en
un solo libro?

Estos libros existen, es cierto, pero suelen ser antologías en las
que participan múltiples autores. Eduardo Sacheri (Buenos Aires, 1967)
ha ido más lejos: se atreve a escribir más de veinte cuentos y a
presentarlos en un mismo libro. La clave parece el hecho de que el
fútbol sólo es el pretexto; su hilo conductor.

Eso no impide, por supuesto, que se narren partidos completos o una
síntesis de las mejores jugadas. Pero lo importante no es eso. O no
sólo eso. Lo importante radica en algo mucho más complejo que el
propio juego: en los personajes.

Eduardo Sacheri presenta sólo a unos cuantos. La mitad de ellos son
jugadores y otros tantos hinchas, fanáticos, espectadores. En ambos
grupos es fácil percibir las motivaciones que trascienden al hecho de
salir victorioso; porque se aprende a ser fiel en las derrotas, una
vez que se le ha llorado al equipo. Así, es posible encontrarse con un
padre atestiguando el proceso de su hijo; proceso mediante el cual se
convertirá en incondicional de un equipo. En el libro también habitan
fanáticos capaces de atacar las instalaciones de los rivales u otros,
necesitados de un plan para vaciar las cenizas del padre en la cancha.
Los milagros no faltan, ya sea por intermediación divina o porque ese
día un jugador salió inspirado. También encontramos afrentas que se
dirimirán varias décadas más tarde o a un jugador profesional
escapando de la concentración y atravesando el Atlántico para alinear
en el partido anual entre dos equipos de barrio.

Por supuesto que también se incluyen falsas crónicas: aquellas que
dan cuenta de partidos memorables como la final de Italia 90. Con la
diferencia de que los resultados repercuten en la vida de dos
enamorados. Sacheri sabe lo que dice cuando habla de fútbol. No sólo
porque es capaz desfigurar un lenguaje y una intensidad anejas al
juego. También, porque trasciende lo deportivo hasta el plano de lo
humano. Sus estrategias narrativas son simples y envolventes.

De esa forma garantiza el entusiasmo de los lectores. Es cierto, no
todos los relatos golpean de la misma forma pero ya se sabe que eso es
imposible en un libro con tantos textos. Se agradece, en cambio, la
identificación lograda. Esa empatía casi inmediata, la certeza de lo
imposible. Se agradece, más aún, la creación de ese territorio donde
pueden convivir, sin pugnas, lo deportivo y lo literario. No habiendo
ventaja de ninguna de las partes, lo importante no será el resultado
sino el partido. O los partidos. Uno o varios por cada cuento. Una o
varias oportunidades para limar esas falsas asperezas y terminar
celebrando juntos la maravilla del juego.


Literatura y fútbol
Jorge Alberto Gudiño Hernández
Eduardo Sacheri, La vida que pensamos. Cuentos de futbol,
Alfaguara, México, 2013, 336 pp.

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