Ricardo Piglia: "La literatura es una relación con la experiencia donde uno está al mismo tiempo viviendo y registrando"
Uno
de los escritores más destacados de la Argentina habla de la escritura como modo de
resistencia; analiza el enfrentamiento entre el Gobierno y los medios y explica
por qué cree que "con los Kirchner el discurso político se ha hecho más
concreto"
Por
Verónica Dema | LA NACIÓN
Foto: LA NACIÓN / Sebastián Rodeiro
Hace
más de cincuenta años que registra una versión de su vida en un diario, páginas
que inauguró a los 16 cuando su papá perseguido por la dictadura se vio
obligado a exiliarse en Mar del Plata. Después vinieron los primeros cuentos y
más tarde las novelas (publicó cuatro), la última de las cuales, Blanco
nocturno, se editó en 2010. Ricardo Piglia, el autor de Respiración artificial,
un escritor que es un clásico de la literatura contemporánea, conversa sobre su
proceso de creación, sobre la escritura como resistencia y adelanta su nueva
novela.
También
aporta su mirada sobre la política actual, se refiere al enfrentamiento de
relatos entre el Gobierno y los medios, cuenta cómo fue su paso por la
televisión pública y explica por qué el discurso de los Kirchner es el más
concreto del de todos los presidentes argentinos anteriores. Cree que es un
avance que el discurso político se parezca a las discusiones que se tienen en
la vida cotidiana. También está esperanzado en la aplicación de la ley de
medios: "Espero que permita que circulen otros relatos".
-¿Cuándo
supo que sería escritor? ¿Qué fue lo primero que escribió?
-Es
difícil encontrar el momento. Recuerdo algunos que después retrospectivamente
he encontrado importantes. Empecé a escribir un diario cuando tenía 16 años y
veo eso como algo que inició un tipo de relación diferente con la experiencia.
La literatura también es eso: una relación con la experiencia donde uno está al
mismo tiempo viviendo y registrando. Bastante tiempo después de haber empezado
a escribir el diario, empecé a escribir algunos cuentos.
-¿Cómo
fue el día en que decidió empezar a escribir un diario?
-Mi
padre era peronista y por una serie de problemas políticos en el 57 decidió
mudarse. Nos fuimos de donde yo había nacido, en Adrogué, donde también había
nacido mi madre. En ese momento estaba en tercer año del secundario y viví esa
mudanza, aunque eran 400
kilómetros , como un destierro, como si fuera un cambio
drástico, un exilio. Y recuerdo que mientras la casa estaba siendo levantada en
algún momento me puse a escribir en un cuaderno, quizá tratando de retener ese
momento, esa sensación de pérdida. Me parece que los relatos empezaron a
avanzar porque mientras iba escribiendo ese diario me di cuenta de que, como no
tenía experiencia, casi no me pasaba nada -como a todo el mundo-, lentamente
empecé a inventar algunas cosas dentro de lo que había sido hasta ese momento
la idea de registrar lo que estaba viviendo. Entonces, ciertas cuestiones que
aparecían en el diario como historias empezaron a desarrollarse por su lado y
fueron los cuentos.
-¿Está
trabajando en alguna obra ahora?
-Sí,
estoy escribiendo una novela. Sucede en EE.UU. y está ligada también a ciertas
experiencias mías allá, donde he estado viviendo por quince años. Es una
historia ficcional pero que tiene como base algunas experiencias propias. Está
bastante avanzada, no se aun cuándo estará terminada pero estoy trabajando en
eso centralmente.
La
resistencia peronista
-Sobre
la resistencia peronista, que aparece en varios cuentos y en alguna novela:
¿Por qué escribir sobre eso?
-Eso
está muy ligado a la historia de mi padre. Después del 55 estuvo conectado
-aunque no era un gran activista- con gente que estaba luchando o imaginaba que
luchaba por el regreso de Perón. Entonces hay recuerdos de infancia bastante
nítidos de señores en mi casa que yo miraba con cierta distancia pero que
tenían ese aire de la lucha un poco sin futuro, esa sensación de ver a un grupo
de vencidos o con perspectivas de triunfo muy remotas y que sin embargo
insisten en una suerte de práctica que en realidad empieza a tener sentido en
la práctica misma, más allá del objetivo que se tenga.
-¿Ese
es un espacio propicio para desarrollar una novela?
-En
mi caso sí, también conozco escritores que admiro y trabajan desde otro lugar,
desde la experiencia más cotidiana. En mi caso tiendo a pensar los libros como
algo que intenta ir más allá, superar ese ritual de la vida cotidiana de la
repetición y buscar historias o personajes que excedan ese universo cotidiano.
-¿Compartió
con su padre esos escritos?
-No
tanto. El conoció mis textos habitualmente después de que se publicaron. Se
trata de esa distancia que uno tiene respecto al mundo de los padres. También
diferían las cosas que él hacía y que yo no quería hacer. Nunca fui peronista,
por ejemplo. Ahí encontré una forma de tomar distancia respecto de la
experiencia de mi padre, a quien siempre admiré, por otra parte.
"Nunca
fui peronista, por ejemplo. Ahí encontré una forma de tomar distancia respecto
de la experiencia de mi padre, a quien siempre admiré, por otra parte"
-¿Por
qué en esa época firmó textos como Renzi, su alter ego?
-En
realidad escribí algunos prólogos y traducciones y ensayos firmados con el
nombre de Renzi paralelamente a la aparición del personaje, que está desde el
primer libro, Las invasión, que se publica en el 67. En el 65 publico una
traducción de Hemingway firmada por él, después una antología del cuento
policial -y el prólogo y las notas son de Renzi-. Empiezo lentamente a
construir un personaje que está viviendo una vida que acompaña mi propia
experiencia. El es un personaje del que me gustaría contar toda su vida en mis
libros.
-¿Tenía
miedo de firmar con su nombre?
-Después
retrospectivamente uno le da a eso un cierto sentido. El sentido que le veo es
que cualquier historia que yo cuento siempre va a haber un punto de referencia
personal, propio; en todas las historias que he estado contando él siempre está
aunque no forme parte de la trama de manera directa. Entonces es como si fuera
una voz que yo tengo ahí más allá de lo que esté sucediendo en la historia.
Siempre es para mí un ancla, un punto de referencia con la realidad. También en
una época lo hice porque no podía firmar, pero eran otras épocas políticas más
complicadas. Ahí también usé el nombre de Renzi.
Literatura
y revolución
-
Uno de los cuentos de su primer libro, La invasión, fue premiado por Casa de
las Américas: ¿Cuál fue la importancia de la revolución cubana en los
escritores de su generación?
-Fue
muy decisiva. En la cultura de izquierda, que es un mundo que surge en esos
años muy ligado a la caída del peronismo y, sobre todo, a la ilusión de
construir una cultura que no estuviera tan próxima a lo que habían sido las
tradiciones de izquierda en la
Argentina , como podían ser las tradiciones del partido comunista
o ciertas tradiciones de una literatura social que nosotros criticábamos y
discutíamos. Más bien intentábamos tratar de ver si era posible construir una
cultura de izquierda que estuviera vinculada a la vanguardia estética, que
rompiera un poco con los clisé que la izquierda venía trayendo desde los años
30. La revolución cubana dio un giro a esa cultura de izquierda más tradicional
cuando aparecieron estos jóvenes, con [Ernesto, el "Che"] Guevara.
-¿Qué
significó ser premiado allí?
-Para
todos los escritores de mi generación Casa de las Américas fue siempre una
referencia esos años. Fue importante para mí. Ellos me invitaron a La Habana porque el libro se
publicó primero allá que en Buenos Aires. Ese fue un viaje que hice con
[Rodolfo] Walsh, con [Francisco "Paco"] Urondo,[León] Rozitchner, en
una especie de viaje iniciático. Duró casi tres meses. Yo no había ido nunca a
Europa y para ir a Cuba en ese entonces había que dar una vuelta por Europa, de
modo que fue -sobre todo en aquellos años, antes de que los soviéticos
empezaran a tener un peso muy decisivo en la experiencia cubana- para nosotros
clave en la cultura de izquierda.
-¿Cuándo
surge la intención de entrevistarlo a Walsh?
-Eso
fue en el 67, él estaba publicando sus primeros libros. El había leído mis
cuentos, de modo que tuvimos una amistad desde el 67. A la entrevista se la
hice en el 70. Era natural para mí sentarme a conversar con él. Sólo que
entonces grabé esa conversación. Estaba haciendo en ese momento una colección
que consistía en publicar una nouvelle, un cuento largo, con una entrevista.
Hice una con [Juan Carlos] Onetti, otra con Walsh. Era un momento de gran
politización. Lo que me interesó de Walsh es que entendió bien y mantuvo por
separado la no ficción, el testimonio -y puso ahí el contenido político más
directo-, de la ficción, a la que dejó más con una lógica propia, sin
entorpecer, dicho entre comillas, la ficción con imperativos sociales o con sus
exigencias, ni pretendió que la literatura tuviera que hacerse cargo de ese tipo
de cosas. Para mí esa distinción es muy importante. En términos de la no
ficción esa característica de él de ir a buscar esas historias y elaborarlas
con gran destreza fue importantísimo en su experiencia.
-¿En
la máquina de La ciudad ausente hay una crítica al periodismo?
-Implícitamente.
Yo creo que esa novela está escrita con la sensación de que todavía quedaban
cosas que había que decirlas. Había como un relato social que circulaba en la
sociedad frente a lo que era una versión muy estabilizada en los años 90 sobre
la situación. La novela no es sólo eso, pero esa máquina de contar historias es
una máquina que, en cierto sentido, cuenta una serie de historias que han sido
relegadas de la superficie de la sociedad. Luego también la historia empieza a
avanzar en la línea de que había distorsiones, modificaciones de los relatos.
-Ahora
se usa mucho el término relato; se habla del relato oficial y el de los medios:
¿cree que eso está muy marcado?
-Uno
puede identificar versiones y construcciones. Porque un relato en definitiva
puede entenderse como un modo de establecer relaciones de causa-efecto que
parezcan naturales. La narración, en general, establece en la experiencia
caótica y confusa que tenemos de la vida la sensación de una linealidad, de una
causalidad. Uno podría tomar esa metáfora para decir que la política estatal
establece ese tipo de tradiciones de organizar un sistema de causalidades y que
también podría encontrarse eso en el discurso periodístico.
-¿La
ley de medios puede ayudar a que los relatos se multipliquen y se reduzca ese
enfrentamiento de relatos?
-Espero
que sí. Y espero que ese enfrentamiento no se traslade a todos los ámbitos. Los
enfrentamientos políticos no tendrían que trasladarse de manera mecánica a
ámbitos que no son propios, por ejemplo, la cultura. Habría que encontrar en la
cultura las diferencias, los matices y las contradicciones propias de ese
ámbito. Nadie puede negar que, respecto de los medios, han habido discusiones a
lo largo de los años de cómo construyen la realidad. Entonces, la ley de medios
tiene la virtud de imaginar una posibilidad donde haya muchos lugares en los
que esas cuestiones circulen. Eso es algo que debemos celebrar. Posibilidades
de que haya otras voces, otros espacios.
"Los
enfrentamientos políticos no tendrían que trasladarse de manera mecánica a
ámbitos que no son propios, por ejemplo, la cultura"
-¿Le
parece que los intelectuales quedan un poco presos de esos relatos enfrentados
y así imposibilitados de trabajar en los matices?
-Tengo
la sensación de que las discusiones o las conversaciones de los intelectuales
son muy generales. Me parece que sería bueno que esas discusiones se ataran a
conocimientos específicos en el caso de los intelectuales. No me parece que uno
tenga que opinar todo el tiempo sobre todo y estar dando opiniones sobre
situaciones con las cuales no tiene una relación inmediata de experiencia y de
práctica. La politización empieza por el espacio propio.
El
rol del canal público
-¿Cómo
vivió la experiencia de trabajar en el Canal público?
-Inicialmente
empezamos conversando con los amigos de la biblioteca nacional, con Horacio
González. Ellos tenían la intención de de ver si se podía hacer algo en
relación a la cultura y la literatura. De esas conversaciones fuimos avanzando
hasta tener la propuesta de Canal 7, que actuó muy abierto y que sostuvo todo
el proceso de elaboración de ese programa con mucha energía y con mucha
libertad. También a mí me pareció que era un modo de decir que uno podía estar
ligado a espacios manteniendo la autonomía y la visión propia. Me parece muy
importante que empecemos a dejar de lado esa especie de clasificaciones previas
a las posiciones.
-¿No
tuvo miedo de que se lo tildara de kirchnerista?
-
(risas) No, para nada.
-¿Ve
al canal público como "el canal del gobierno"?
-Me
parece que hay en el canal programas con una orientación política clara, pero
no veo que todo lo que se programa ahí esté asociado de esa manera.
"Me
parece que hay en el canal [público] programas con una orientación política
clara, pero no veo que todo lo que se programa ahí esté asociado de esa
manera"
-¿Cuál
cree que es la función de la TV
pública?
-La
televisión pública tiene, por un lado, que responder a las demandas y
necesidades de la sociedad en su conjunto y, por otro lado, tiene todo el
derecho a poner posiciones políticas definidas, porque no me parece que eso sea
contrario con la postura de un canal público. Yo he visto canales públicos en
EE.UU. en los que también se discuten posiciones políticas que están ligadas a
debates inmediatos a la política.
-¿Se
sintió cómodo?
-No
me sentí nunca incómodo en el desarrollo del programa, salvo por tener muchas
cámaras. Ser profesor tiene algo siempre de teatral, siempre supone una
situación más o menos dramática, teatral y me parecía que eso era interesante
para llevar a la televisión. Por otro lado, creo que hay un prejuicio. En la
televisión se habla muchísimo, más de lo que se debería. Veo pocas imágenes y
muchas palabras. Entonces, por un lado la televisión era, es un espacio donde
se discuten muchas cosas y por lo tanto hay como una costumbre de escuchar lo
que se está diciendo.
El
discurso político vs el discurso intelectual -Usted dijo en algún momento que
la política se define en la utopía: ¿Podría explayarse en esa idea?
-Algo
de eso hay respecto de ciertos tipos de tradiciones. La utopía como la ilusión
de una sociedad mejor, como el horizonte de expectativa respecto de cómo
imaginamos que podemos llegar a ser. No trabajar con la realpolitik ni con lo
inmediato. En ese sentido valoro mucho esa ilusión de poder pensar en un futuro
en el que algunos de los conflictos se hayan resuelto.
-En
Crítica y ficción cita una anécdota de Sarmiento cuando le rechazan el discurso
inaugural como presidente. ¿Allí se patentiza la contradicción entre el
discurso intelectual y el político?
-Lo
menciono porque me pareció muy interesante para entender algunos elementos de
la política en la
Argentina. Sarmiento , un gran escritor, que llega de hecho a
presidente de la República
por su capacidad extraordinaria de convencer con la palabra y haber tenido
alguna de las intervenciones escritas más extraordinarias en esos años, cuando
llega a presidente estaba la expectativa de qué iba a decir cuando tomara la
palabra. Pero el discurso de aquel que mejor había escrito en el siglo XIX fue
rechazado. Entonces al primer discurso de Sarmiento no lo escribe él. Ahí hay
una contradicción entre lo que se puede decir desde la política, los marcos que
pone la política en el uso del lenguaje y las posibilidades que se pierden
entonces.
En
estos años hemos visto, y es una experiencia que debemos valorar de los
Kirchner, que el discurso político se ha hecho más concreto y menos abstracto,
menos general. Es clásico que si uno escucha a los presidentes argentinos
anteriores lo que encuentra son grandes generalidades y nunca definiciones
específicas de cuestiones concretas. Me parece que en ese sentido el discurso
político ha cambiado para bien, he empezado a escuchar un discurso político que
se parece a las discusiones que se tienen en la vida cotidiana..
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