Ir a cultura ...¿Quién le canta a esta generación?

Por: Xavi Sancho |



En una pieza publicada en el New York Review of Books al respecto del estreno de ‘La red social’, la escritora británica Zadie Smith, que fue profesora en Harvard cuando Mark Zuckerberg se enroló en esa universidad, escribía: “En un futuro recordaré mi cercanía con Zuckerberg del mismo modo que la gente que vivió en Liverpool en los 60 recuerda que conoció a John Lennon”.

El artículo llevaba el título de Generación Por qué y, aparte de defender que los jóvenes son mucho más interesantes de lo que Facebook puede sugerir, apuntalaba la idea de que los desajustes del film provenían del hecho de que fuera una película sobre la gente 2.0 creada por personas muy 1.0 (Fincher, Sorkin, Reznor), además de recordarnos la forma en que el advenimiento de grandes estrellas a las que apelar se ha ido alejando del pop hasta llegar a otros terrenos anteriormente poblados por gente a la que no darías ni fuego en público por miedo a arruinar aún más tu ya maltrecha vida social.

Pero desde el estreno del film, esta generación 2.0 parece haber finalmente tomado conciencia de sí misma y, sobre todo, las riendas de su verbalización, algo que hasta hace un rato parecía improbable, considerando que ésta era la gente convencida de que cada uno es único, especial e intransferible, incapaz de ser resumido en ningún discurso aglutinador. Pero las cosas se han torcido, y de golpe vuelve a ser necesario ser parte de algo, y ya que formar parte de una clase social no combina con comprar en H&M (Hegel & Marx), el concepto generacional, que siempre implica ese punto de nostalgia tan a la moda –que si Espinete por aquí, que si Naranjito por allá, que si ET, que si ‘boys, boys boys’…-, se antoja el más adecuado para atrincherar sentimientos e incluso algún que otro pensamiento. Como es menester, los medios apresuradamente han corrido en busca de productos culturales que sirvan para entender lo que los siempre insondables jóvenes piensan. Esta vez, por primera vez en no se sabe cuándo, los han encontrado en la series de televisión (Girls, bien), la tecnología (Pinterest, caca) o incluso la literatura (Tao Lin, Ben Brooks, Marie Galloway, bueno….). Pero no en la música. ¿Es porqué la música ya no es relevante como lo fue antaño, o porqué, de alguna manera, vive tan acomplejada que se ha obligado a pensar en pequeño, y hoy más que nunca necesitamos gente que piense en grande? (Si las palabras Coldplay, Lady Gaga o Killers acaban de pasar por su cabeza como ejemplos de músicos que le llegan al tuétano con su preclara visión de la sociedad actual y de los anhelos de la gente que la conforma, vaya a la casilla de la cárcel y quédese allí hasta que los dados saquen Joe Strummer o, al menos, James Murphy).



Esto no es lo que me vendieron (¿quién te dijo que compraras?)


“Esta generación (en referencia a los nacidos a partir de 1982) se rebelará, no portándose peor, sino mejor. Su misión en la vida no será destruir viejas instituciones que no funcionan, sino construir unas de nuevas”. Cuando en el año 2000 Neil Howe y William Strauss escribieron esto en su obra ‘Millenials rising: the next great generation’ (El ascenso de los Millenials: la próxima gran generación) no imaginaban que más de una década después, los jóvenes objeto de su estudio –sobradamente preparados, educados, destinados a hacer de éste un mundo mejor donde corra el aire y las moscas que caen en la sopa no se maten, sino se extraditen- llenarían plazas de medio mundo, quemarían cosas y tratarían de sabotear cumbres reclamando, en esencia, poder tener lo mismo que sus padres tuvieron. Muy jodidas tienen que ponerse las cosas para que una generación, ante el miedo que da que se la salten, pida para sí una versión de bolsillo de lo que sus progenitores poseyeron. Es obvio que vivimos tiempos extraños, jodidos y con aspecto de final de algo y principio de no se sabe qué. Vivimos una época en la que no sabemos si algo es una tendencia, un síntoma o una enfermedad terminal. Los resfriados de ayer son las neumonías de hoy. De golpe, los bares ya no están llenos de seleccionadores nacionales, sino de economistas. Y de golpe, también, ha vuelto el discurso generacional, hasta hace poco desterrado del ideario popular y del método de descripción sociológico, por potenciador de estereotipos y generalizaciones. Por estar en clara disonancia con la Generación Yo, aquella que hizo lo privado, público; y lo público, ajeno.

“Cada generación cree que es la última, que es el fin del mundo” (‘You never know, Wilco)


Desde el vídeo de Benjamín Villegas (30 años) sobre la Generación Perdida -apropiarse de un nombre ya usado resta puntos, es como ser new new journalism o new wave of the new wave- hasta el advenimiento de Lena Dunham (26), creadora y protagonista de la serie Girls, como voz de una generación que vuelve a conjugar la alienación y el mal sexo –es verla y recordar cuántas veces hemos sentido como propia aquella letra de Billy Bragg: ‘todo el mundo sabe cuánto me odia mi cuerpo’- como ente distintivo, pasando por los intentos de Danielle Nussbaum, editora de Teen Vogue, de definir algo llamado Generación Catalano, a medio camino entre la X y la Y, pero tan poco creíble como el hecho de que saca su nombre de un personaje interpretado por Jared Leto en una mediocre serie de televisión (‘Es mi vida’), el concepto generacional vuelve a entenderse como una forma útil para definir el sentir de cierto estrato de la población.

Por fin, las célebres palabras de Arthur Levine (profesor de la Universidad de Columbia) a través de las cuales calificaba como vanos los intentos de Howe y Strauss de agrupamiento generacional, postulando que “todas las diferencias generacionales son estereotipos”, parecen haber sido exiliadas definitivamente a ese país lejano habitado por todos esos tópicos que se presentan como refutaciones inapelables de otros tópicos previos. Así, se ha recuperado la idea de que no solo de que existe un segmento de la población entre los 20 y los 30 que pertenece –a pesar de sus obvias peculiaridades individuales- a algo que podríamos definir como generación, sino que además se le han buscado voces, un extraño ejercicio 1.0 en un mundo 2.0 que gusta de jactarse de prescindir de ventrílocuos para expresarse. Tiene Twitter.

(Minutos no musicales: ¿Se han fijado en cómo, mientras las críticas de discos se jibarizaban o directamente desaparecían de algunos medios, en otros, algunas series de televisión (Girls, Mad men…) ya no se reseñan por temporada sino capítulo a capítulo?)

Si toleras esto, Antonio Orozco será el siguiente


A finales del año pasado, el ensayista norteamerciano Willian Deriesewicz escribía en The New York Times un artículo titulado Generación Vender, en el que analizaba la terminal amabilidad de la muchachada hipster, tan preocupada por no caer mal a los que podrían en un futuro ser sus clientes que se había convertido en un ente amorfo. La razón tras tanta corrección se encontraba no en el hecho de haber tomado conciencia de los problemas de este planeta calentito, sino en que todas las acciones propuestas por ese segmento de la población iban encaminadas a crear un negocio, a vender cosas. Siempre, claro, desde la independencia y la alternatividad. Antes había un cantante y la mesa llena de gente que quería acostarse con él; hoy hay un diseñador gráfico y la mesa plagada de gente que quiere ser su becario.

Paralelamente, el autor apuntaba cómo el pensamiento empresarial de toda esta generación se enrolaba en lo pequeño. Todos querían montar una tienda ecológica, un pequeño restaurante con productos de proximidad, un mini taller de bicicletas, una banda indie que actúe en la galería de algún amigo que sale con alguna colaboradora de alguna revista online que les escribirá una reseña positiva si le pasan el teléfono del tipo que le hace las mechas. Eran los principios del neoliberalismo aplicados a la doctrina Al Gore. Era un libro de Naomi Klein leído del revés. Era la idea de que las cosas pequeñas funcionan mejor, que tal vez sea cierta, pero denota una falta de ambición que, traducida al universo musical, nos deja con grandes obras que significan muy poco.

El disco de Beach House, pues, es maravilloso, pero no nos recordará a esta época a los pocos que lo escucharon, porque poco tiene que ver con esta época. Es un sueño. Bonito, pero un sueño, después de todo. Es tan grande como Portishead, pero ni la mitad de relevante que Pulp. Recordándolo no veremos contendores arder, colas en el Inem, mujeres que son hombres, hombres que son mujeres, primas de riesgo o cuarentones vestidos de Rafa Nadal. Tampoco lo veremos en los discos de Burial, que habrá tal vez definido el sonido de una época, pero solo eso, que no es poco, pero ya no es suficiente. ¿Black Lips? De acuerdo, la imagen del hipsterismo más vicioso, y poco más. ¿Grimes? Muy mona y gran disco, pero demasiado ella para poder permitir que se le acerque alguien más. No se identifica con ella ni quien comparte tinte. ¿MIA? Perdió el tren mientras se pintaba. ¿Odd Future? Caliente. ¿Plan B? Te quemas... ¿Un deseo? Que llegue de latinoamérica... ¿Nos hemos olvidado de alguien? Ojalá.


Y bueno, habrá gente que aún sienta que todas las canciones hablan de él, pero es pura sugestión. Hoy las canciones solo hablan de quien las canta.

Así, mientras le mundo mutaba hacia una concepción más generacional del arte, una aproximación con vocación aglutinadora, un discurso directo a los pensamientos y anhelos de una generación, la música seguía ensimismada en su individualismo. Encerrada en su habitación soñando mundos imaginarios que siempre parecían sacados de los 80, esa década que todos dicen que vuelve pero que, en verdad, jamás se marchó. O hablándole a sus cuatro amigos, en una suerte de broma privada infinita para los habitantes de esas cuatro calles de Malasaña, o ese Brooklyn con forma de Narnia hipster. No se trata de que las bandas posean un conocimiento enciclopédico de la situación macroeconomía actual ni de los postulados de Keynes, simplemente, sería agradable que alguien –a poder ser, que no hubiera vivido La Movida o el Nueva York pre Guliani- le pusiera banda sonora a la revista Mongolia.

"Hablo por todos nosotros, soy el portavoz de una generación" (Bob Dylan)

Y lo peor de todo es que si no hacemos algo al respecto ya, vendrá Antonio Orozco y nos escribirá una canción sobre el paro juvenil y lo letal que es para la afonía. Y luego, a los Killers les dará por hablar de Eurovegas, los convenios colectivos y la posibilidad de una zona de fumadores. Y Coldplay se harán antisistema (métrico). Y Pablo Alborán cantará sobre una novia que le dejó porque solo encontró empleo de enfermera en Portugal, y como se ha cancelado el AVE a Lisboa, el tío está jodido con los recortes y tal. Y volverán Mecano, y en directo dedicarán Cruz de navajas a la ciudad de Toledo, que sufre la crisis de la industria cuchillera. Y Bono escribirá un tema autobiográfico sobre los sinsabores del Business angel. Y Bimba denunciará en una opera trip hop el desacertado catering de la Madrid Fashion Week. Y Miguel hará un Papibankia y saldrá de gira por los campos de golf de Murcia. Y cuando todo esto pase empezaremos a pensar que todo lo malo del mundo fue culpa nuestra. Porque la música hoy es como una ex novia: solo se le da la importancia cuando se va con otro.

"Olvi, es bromi" (Mario Vaquerizo)

Esta generación vive en un mundo en que le inventan las estrellas a admirar, no las descubre, por tanto es muy pasiva en el proceso , y las consume con poco interés, aquello de incidir en la sociedad como en el 68 o ir contra guerras ha sido muy inteligentemente desviado por escapismos regulares un buen ej último los juguetes electrónicos regulares, que no dejan nada más que mucho tiempo perdido intrascendentemente mientras llega el siguiente evento digitado de arriba. Han conseguido que en lugar de guardar un artista como el representativo de tu generació, sencillamente esperes al siguiente invento, sea la Gagá, Adele, el Bieber, etc Con todo esa presión de indiferencia puede desviarse a cualquier parte, lo vemos en arranques de violencia doméstica y múltiples otros ejempos.

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