Discurso de Carlos Fuentes al inaugurar su cátedra en la UV en 2009




En julio de 2009, la Universidad Veracruzana inauguró la Cátedra Carlos Fuentes como un espacio para la reflexión en las artes, la cultura y las humanidades


El 30 de julio de 2009, la Universidad Veracruzana inauguró la Cátedra Carlos Fuentes, la primera en su tipo en alguna institución de educación superior en México.


El objetivo era revalorar la vida y obra del escritor mexicano así como convertirse en un espacio de reflexión para la cultura, las artes y humanidades.

En su primera edición, la cátedra versó sobre la Novela Latinoamericana de la que Fuentes era uno de los máximos exponentes vivos en ese momento.


EL UNIVERSAL Veracruz peresenta de forma íntegra el mensaje que el escritor, fallecido este 15 de mayo en la Ciudad de México, dirigió a la comunidad de la máxima casa de estudios de Veracruz.

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Me siento de regreso en mi casa. Veracruz siempre ha sido la puerta de México, puerta de guerra contra invasiones militares, pero también puerta de paz para migraciones laborales. Aquí en Veracruz tuvo lugar el encuentro del México indígena con el que sería el México novohispano. Conquista española, aunque no derrota, sino contra Conquista indígena. Veracruz es la cuna de nuestro mestizaje. Nos advierte María Zambrano, filósofa española, una catástrofe histórica no es tal si de la catástrofe no nace una nueva realidad que la redima. Esta realidad es Veracruz, lugar de encuentros. Esa realidad somos todos nosotros, mexicanos, mestizos, descendientes de olmecas, totonacas, mayas y nahuas, pero también de andaluces, extremeños, catalanes y castellanos.

Mis antepasados llegaron de las Islas Canarias. El primer Carlos Fuentes comerciante en el puerto, casado con Cleotilde Vélez, y padres de mi abuelo Rafael Fuentes Vélez, gerente del Banco Nacional de México, en el puerto primero y en Xalapa enseguida, casado con Emilia Boettiger, hija del migrante alemán Phillip Boettiger, poseedor de una hacienda cafetalera en Catemaco, casado con Ana Murcia y padre además de mi abuela Emilia, de Luisa Salgado, de la poeta María Álvarez y mi tía soltera Ana, que fue la inventora de la sonrisa.


Mi padre Rafael Fuentes Boettiger nació en el puerto y se educó en Xalapa siendo uno de los fundadores de la Escuela de Derecho de esta ciudad cuando la dirigía Manuel Ángel Cordera. En 1928 mis padres Rafael y Bertha celebraron su noche de bodas aquí en la hacienda de La Orduña, donde mi memoria prenatal me dice que fui concebido.

De Xalapa mi padre salió en servicio exterior de México culminando su larga carrera diplomática como embajador en Italia. En Xalapa dejó el recuerdo de su joven hermano Carlos Fuentes Boettiger, discípulo de Salvador Díaz Mirón y codirector de la revista literaria Musa bohemia que se publicó aquí en Xalapa entre 1916-1917. Carlos, mi tío, salió a estudiar a la Ciudad de México y murió a los 21 años de edad cuando las balas de la tifoidea eran tan mortales como las de la Revolución. A él le debo mi nombre y se lo di a mi hijo Carlos Fuentes Lemus en cuya memoria se nombra la sala de la Universidad Veracruzana a la que he heredado por conducto de mi esposa Silvia Lemus mi biblioteca. Existo así entre dos jóvenes Carlos, ambos escritores, desaparecidos con demasiada anticipación y siento que escribo con ellos, entre ellos, por ellos y gracias a ellos.


Tal es, señoras y señores, mi linaje veracruzano. Lo evoco para nombrar esta Cátedra con la que la Universidad me honra, celebra la cultura de Veracruz y extiende sus tareas a hombres y mujeres de la cultura mexicana y universal. Estoy seguro que esta Cátedra establecerá lazos de inteligencia crítica cada vez mayores con y entre los participantes de la comunidad veracruzana.

El primer encuentro da el tono de la Cátedra y concurren a ella tres grandes novelistas de nuestra lengua: Ignacio Padilla, Arturo Fontaine y Santiago Gamboa. Nuestra idea es que la Cátedra año con año se centre en un solo tema con voces distintas y así, para el año que viene, el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución se ha invitado a los historiadores Carmen Iglesias de la Academia Española, Friedrich Katz de la Universidad de Chicago, Natalio Botana de la Universidad de Buenos Aires y Enrique Florescano de El Colegio de México y la propia Universidad Veracruzana.

De ahí en adelante confiamos en que la Cátedra en cada edición amplíe y diversifique el conocimiento de los grandes temas de nuestro tiempo en un ejercicio compartido con el público de esta ciudad capital y con la comunidad veracruzana entera.


Tal es, señoras y señores, mi filiación con Veracruz, con Xalapa y con la Universidad Veracruzana. Agradezco profundamente su hospitalidad al rector Raúl Arias Lovillo, su presencia al gobernador Fidel Herrera Beltrán y a mi amigo condiscípulo Miguel Alemán Velasco, mi amigo Sergio Pitol, así como cordial amistad e interés de todos ustedes.

Esta primera reunión celebra a la novela, género de géneros desde que Cervantes inauguró su modernidad en 1605. Digo modernidad para distinguir la novela cervantina de memorias, mitos, noticieros, épica. Cervantes lo reúne todo, la épica don Quijote le habla a la picaresca Sancho Panza, y también conversa la novela pastoral Marcela, y la noticia del día Roque Guinart bandido, la novela morisca Zoraida y la novela dentro de la novela el curioso impertinente.


Cervantes le da desde su primer momento a la novela, su libertad genérica, pero sobre todo Cervantes los bautiza con los nombres de la incertidumbre, lugar incierto "de cuyo nombre no quiero acordarme", autor incierto quien es el autor de El Quijote, Cervantes Saavedra, nadie, todos, Pierre Menard y al cabo ingreso al universo de Gutenberg, la imprenta, donde don Quijote descubre que él, el desvelado lector es también "Don Quijote", personaje de la imaginación protagonista de su propio libro. Celebramos pues esta reunión bajo el símbolo de Cervantes y en su descendencia.

Ignacio Padilla pertenece al grupo autodeterminado del crack, que incluye a Jorge Volpi, Pedro Ángel Palou y Eloy Arroz. Crack en inglés es una palabra polivalente, significa ruptura, separación, superioridad, golpe, exageración, novedad y fisura, locura, conversación y todo ello el anuncio de algo nuevo mediante un ruido explosivo. El crack es la primera generación literaria que se da un nombre propio después del boom, invención del chileno José Donoso para significar a toda una generación de escritores; dio pie a considerar un pre-boom, los escritores inmediatos precedentes Borges, Carpentier, Onetti, Asturias, Rulfo, pero también un post-boom, un mini-boom y con fuerza a la vez retroactiva y final un boomerang.


El crack hizo bien en establecer un espacio en la diferencia, no para negar una tradición, sino para hacernos ver que había una nueva creación y que no hay tradición que valga sin tradición que la sostenga. Ignacio Padilla es acaso el más renovador de los escritores del crack, comparte con sus compañeros la voluntad de liberarse de cierto determinismo nacionalista, caricaturizado por Ignacio Solares cuando exclama: "Yo soy puro mexicano, no tengo nada de indio ni de español".

He dicho que en el auge de nuestra fiebre nacionalista el propio Alfonso Reyes, el autor de Visión de Anáhuac, Letras de la Nueva España y la gran memoria de sus antepasados regiomontanos y de la juventud literaria del Ateneo de la Juventud, fue denunciado como extranjerizante por ocuparse también por Homero, Goethe y de Mallarmé. Reyes dio respuesta y conclusión a este falso debate en 1932 con su célebre A vuelta de correo, cito:


"La única manera de ser provechosamente nacional consiste en ser generosamente universal, pues nunca la parte se entendió sin el todo". En la dedicatoria de A vuelta de correo a mi padre dice don Alfonso, y lo cito: "Este fue un agarroncito a la mexicana para no perder la costumbre".

El crack, a su manera, fue otro inevitable agarroncito como lo es todo movimiento de renovación. Creo que si Padilla y su generación hubiesen publicado desde 1930 se les habría acusado de tránsfugas y sus libros quemados en el zócalo. Hoy no debemos, sin embargo, aceptarlos como prueba de una normatividad creativa, sino como activos reivindicadores no sólo de la novedad a secas, sino de la tradición de la novedad.


Me explico, es a la incertidumbre propia de la novela, a la ruptura genérica, a la tradición cervantina a donde nos lleva la obra de Ignacio Padilla. Juzguemos. En Amphitryon la incertidumbre es la seña de identidad de un guardagujas astro-húngaro durante la Primera Guerra Mundial. Un proyecto para crear dobles de los jerarcas nazis durante la Segunda Guerra Mundial y finalmente conocer la identidad verdadera de Adolf Eichmann, el verdugo de la solución final, como ustedes saben consistía en eliminar a 11 millones de judíos. Y más lejos.

En La gruta de Toscano, Padilla nos conduce a una cueva de los Himalaya en cuyo lugar más hondo, misterioso e impenetrable podría encontrarse el infierno del dante; es decir, donde podría encontrarse el espacio material de una realidad literaria. Visionarios hombres de fe, tropas militares, las expediciones de la gruta del Toscano se van sucediendo, todas fracasan pero todas dan una versión oficial de la caverna, todas mienten pero todas dicen la verdad porque la caverna es una ficción, es una leyenda que sólo se entiende leyendo, no viendo, midiendo. La realidad es una convención, nos dice Padilla, y la realidad de la literatura es una mentira, pero esa mentira, dice Dostoievski de El Quijote, esa mentira salva a la realidad. Bienvenido Ignacio Padilla, gracias por estar con nosotros.


Ha sido país de poetas: Vicente Huidobro, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Nicanor Parra. Su verbo ha ocupado y expandido esa franja estrecha de tierra, Chile, que va de los desiertos de Capricornio a los hielos de Antártica. Encontrar ahí un espacio para la novela ha sido la tarea de la generación que arranca el gran José Donoso y su taller literario. Y nadie representa a la narrativa chilena de hoy mejor que nuestro huésped Arturo Fontaine, no es el único. De país de poetas, Chile pasó a ser país de novelistas: de Carlos Cerda, Antonio Skármeta, Isabel Allende, de Marcela Serrano a Carlos Franz y de Roberto Bolaño a Sergio Missana.

Pero acaso nadie como Arturo Fontaine representa mejor el tránsito de la realidad política y social de Chile a su realidad literaria y a las tensiones, combates, incertidumbres, lealtades y traiciones de una sociedad en flujo. ¿Y qué hace? ¿Qué dice la novela en esta sociedad, la chilena, y en todas las sociedades? Regreso a la fundación cervantina para celebrar la pluralidad del género novelesco. De tarde en tarde se nos anuncia: "La novela ha muerto". ¿Quién la mató? Sucesivamente, la radiotecnología, el cine, la televisión, el Macintosh, el iPhone, la red... el Twitter. Le preguntaron a Hilary Clinton qué es el Twitter y dijo: "No sé". Yo tampoco.


Y sin embargo, tras de cada asalto tecnológico la novela-fénix resucita para decirnos lo que no puede decirse de otra manera. Me estoy acercando a uno solo de los significados múltiples de las novelas de Arturo Fontaine Oír su voz, Cuando éramos inmortales, todas ellas afirmaciones apasionadas de la necesidad de oponer una palabra enemiga: se llama imaginación, se llama lenguaje, a la verborrea que suele circundar. Imaginación y lenguaje, en Fontaine, estas dos fuerzas de la literatura entran en conflicto con un país que ha sido a la vez, Chile, fragua y combustión. País de tremendas decisiones internas, dolores, esperanzas, nostalgias, odios, fanatismos y amores que al cabo se manifiestan todos mediante el lenguaje y la imaginación.

En la novela Oír su voz, Fontaine explora el lenguaje como necesidad de poder, no hay poder sin lenguaje, sólo que el poder tiende a monopolizar el lenguaje. Fontaine escucha y da a oír otra voz, o mejor dicho, otras voces. Hay una sociedad, la chilena, hay negocios, hay amor, hay política, hay pasiones; sociedad, negocios, política, tienden a un lenguaje de absolutos, la literatura los relativiza instalándose, nos dice Fontaine, entre el orden de la sociedad y las emociones individuales.


En la novela Cuando éramos inmortales, el autor personaliza radicalmente estas tensiones, encarnándolas en un personaje "Emilio", cuyo nombre nos remite a Rousseau y a su doble ética, la del que educa y la del que enseña. Éste, el educado, requiere la educación para salir de su naturaleza original, no mediante la tutoría espontánea del vicio y el error, sino gracias a una enseñanza que potencie la virtud natural, incluso, mediante el vicio del engaño.

Quiero decir que Cuando éramos inmortales no es para nada una exégesis del Emilio de Rousseau, es una creación literaria que juega con la tradición para convertir a ambas, creación y tradición, en problemas. Chile es un país paradójico, han coexistido ahí la democracia más joven y vigorosa, y la olirgarquía más vieja y orgullosa. Ambas coexisten a su vez con un ejército de formación prusiana que respetó la política cívica hasta que la política de la Guerra Fría la condujo a la dictadura.


Fontaine con las armas del novelista, que son las letras, va al centro del asunto. Un orden viejo, por más estertores que dé, cede el lugar a un orden nuevo pero, ¿en qué consiste éste, el orden nuevo? Entre otras cosas, entre muchas cosas, consiste en su escritura, pero, ¿quién es el escritor? Es una primera y una tercera persona en las novelas de Fontaine, que miran a la sociedad y la privacidad con lente de aumento, dirigiéndose a un lector que es un co-creador del libro. Y el libro es, entonces, una partitura a la cual el lector le da vida. La lectura se convierte así en la sonoridad del libro.

Hay un poderoso fervor quijotesco en Arturo Fontaine, él quiere poner en fuga las telenovelas y confiar que al fin haya algún Cervantes telenovelero, que las transforme como Don Quijote, las novelas de caballería. Glorioso empeño cuya derrota sería sin embargo una victoria, porque la novela es en sí misma la victoria de la ambigüedad, una ambigüedad que se propone como palabra, como imaginación, lenguaje, memoria, habla y propósito. Entonces, se pregunta uno leyendo a Fontaine, ¿para qué sirve una novela en el mundo de la comunicación moderna?, una comunicación instantánea del suceso comunicado.

En un régimen totalitario, dice mi amigo Phil Roth, el novelista es llevado a un campo de concentración; en un régimen democrático, continúa, es llevado a un estudio de televisión. Lo cierto es que detrás de cada asalto político o tras de cada asalto tecnológico, la novela-fénix resucita para decirnos lo que no puede decirse de otra manera. Palabra e imaginación, lenguaje y memoria, habla y propósito. Bienvenido Arturo Fontaine.

La novela, desde Rabelais y Cervantes, hasta Padilla, Fontaine y Gamboa, es una manera de cuestionar la verdad mientras nos esforzamos por alcanzarla a través de la paradoja de una mentira. Esa mentira puede llamarse la imaginación. También puede ser considerada una especie de realidad paralela, puede ser vista como un espejo crítico de lo que pasa por verdad en el mundo de la convención.


Ciertamente, la literatura construye un segundo universo del ser, donde Don Quijote, y Heckle y Emma Bovary, tienen una realidad mayor, pero no menos importante que la muchedumbre de ciudadanos cuyo camino cruzamos apresuradamente para volver a olvidarlos en nuestro día a día. Efectivamente, Don Quijote o Madame Bovary traen a la luz, dan peso y presencia a las virtudes y los vicios, las personalidades fugitivas que encontramos, día con día, en lo cotidiano. El Capitán Ajab, Pedro Páramo y Remedios, la bella, poseen también la memoria de las grandes, gloriosas y mortales subjetividades que los hombres y mujeres que olvidamos, que nuestros padres conocieron y que nuestros abuelos previeron. ¿Quiénes son?, ¿a dónde se fueron? Respuesta: están en una novela.

Con Cervantes, la novela establece su razón de ser como mentira que es el fundamento de la verdad, porque por medio de la ficción el novelista pone a prueba la razón, la ficción inventa lo que el mundo no tiene, lo que el mundo ha olvidado, lo que el mundo espera obtener, lo que el mundo, quizá, jamás pueda alcanzar.

La novela es el ateneo de nuestros antepasados, el congreso de nuestros descendientes. De esta manera, la ficción resulta ser una forma de apropiarse al mundo, es algo que le confiere al mundo el color, el sabor, el sentido, los sueños, la vigilia, la perseverancia e incluso, el perezoso reposo que todos reclamamos para continuar existiendo, con toda la melancólica carga de nuestros olvidos y de nuestras esperanzas. Estoy casi describiendo el doble movimiento, explosión e implosión, de la novela de Santiago Gamboa El síndrome de Ulises. Una mirada superficial encontraría que hay antecedentes como en el Down and Out in Paris and London de George Orwell, donde el escritor birmano-británico se hunde, a propósito, en el trabajo de los campos de lúpulo ingleses y como lavaplatos en un hotel de París. Sólo que Orwell puede regresar, y lo sabemos, a su puesto en el periódico, en la radio, quiere informar, quiere reformar.

Y el narrador de Gamboa, aunque no sea cierto, está en la novela, en esta novela, condenado a vivir en la ratonera escogida, que es la de su exilio, y su voluntad no cuenta para salir de esta prisión, de la repetición incesante, que es una de las definiciones que da García Márquez del infierno: todo se repite sin cesar. Porque la angustia de este Ulises colombiano consiste en saber que el regreso le es vedado, no por la política, no por la familia, no por el país, sino por la exigencia devoradora del viaje, la aventura, la odisea que le dice "pospón el regreso al hogar" no porque alguien te lo impida, sino porque nadie te lo impide, como no sea la lógica o la irracionalidad internas de la situación del exiliado, del vivir lejos, de este apurar todas las consecuencias del exilio antes de permitirse regresar a casa.

No recuerdo haber leído una novela que con tanta violencia penetre en la odisea de un expatriado latinoamericano, confinándolo a una ciudad, París, un barrio, una chambra mínima, el sótano pestilente de un restaurante chino y las noches sin horarios de una sexualidad compensatoria, omnívora, antropofágica, más allá de las fronteras de un Henry Miller que se mueve dentro de los límites del expatriado.


Gamboa, en cambio, se crea un exilio voluntario. Se niega, teniéndola, la salida del regreso y esto no por una suerte de masoquismo del destierro, sino por el hambre terrenal inmediata y la encarnación de la tierra en ese harem fugitivo que le da su único calor a un París invernal, lluvioso, nublado. Ciudad sin luz o sin más luz que los cuerpos de Paula y Sabrina, Victoria y Yuyú y Susy y Zazi, encuentro inevitable de la lengua hispánica del narrador con las lenguas de Sem, el hijo de Noé, origen del lenguaje, que vuelve a hablar a fin de demostrar que la literatura sí es uno de los derechos humanos. Bienvenido Santiago Gamboa.

La política es dogmática, la política es ideológica, la razón tiene que ser lógica, no siempre lo es, pero la literatura goza del privilegio de ser ambigua. La presencia de la duda en una novela quizá sea una forma de hacernos saber que ya que la autoría es incierta y susceptible de numerosas explicaciones, esto también es válido para el mundo mismo. La realidad no es fija, es mudable, sólo podemos acercarnos a la realidad si no pretendemos definirla de una vez por todas. Las verdades parciales propuestas por la novela, una novela, son un bastión contra las imposiciones dogmáticas.

Si los escritores son considerados políticamente débiles y faltos de importancia, ¿por qué los regímenes totalitarios los persiguen como si realmente lo fuesen, cíclicamente? Quizá porque la literatura, lo demuestran las novelas de Ignacio Padilla, Arturo Fontaine y Santiago Gamboa, nos recuerda poderosamente que no hemos dicho nuestra última palabra. Que no hay lema, dogma o discurso que dé cuenta no sólo de lo ya dicho sino de lo que está siendo dicho y, sobre todo, de lo que aún nos falta por decir.

La literatura, en eso, se parece a la libertad; la libertad absoluta no existe. La libertad posible, la libertad existente, es la búsqueda de la libertad acechada por la sabiduría de la muerte. La literatura le pasa la vida de una persona a otra, de una generación a la siguiente, como prueba de la continuidad de la existencia a pesar de la certeza de la muerte. La literatura que hoy celebramos en estas jornadas inaugurales en la Universidad Veracruzana, nos invita a cada uno: "Entra a tu propio ser y descubre al mundo". Pero también nos dice: "Sal al mundo para descubrirte a ti mismo".

Muchas gracias.

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Agradecimiento: Universidad Veracruzana

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