Vargas Llosa: «Junto con el e-book, deberíamos defender la supervivencia del papel»






«La civilización del espectáculo» es el título del nuevo libro de Mario Vargas Llosa en cuyas páginas el Premio Nobel no deja títere con cabeza


Laura Revuelta@laamigadewww.abc.es/blogs/arte/ / Madrid



Cada palabra de Mario Vargas Llosa, Premio Nobel de Literatura 2010, vale oro. No solo por ser uno de los escritores más afamados y respetados sino también por la lucidez de sus opiniones. En su próximo libro, editado por Alfaguara, encara y se encara con los grandes males de la sociedad contemporánea. Palabra de Vargas Llosa.

Después del Premio Nobel, ha decidido volver a la actividad literaria y publicar un ensayo. ¿Considera que son malos tiempos para la literatura, para la ficción, o para una realidad novelada?

Depende desde qué perspectiva se juzgue la literatura. Desde un punto de vista estadístico, no son malos, porque se edita mucho. Creo que nunca se han editado tantos libros como ahora. Hablo no solamente de libros de papel, sino también de los que utilizan los soportes tecnológicos, audiovisuales. Incluso los índices de lectura dicen que la gente lee hoy mucho más que en el pasado. Desde ese punto de vista, creo que la literatura no está amenazada de inmediato.

Ahora, sí creo que la influencia que hoy tiene la literatura es mucho menor que en el pasado, porque aunque en el pasado influía sobre todo en las élites, lo que se llamaba las élites, creo que permeaba mucho al resto de la sociedad. Y lo que podríamos llamar los valores literarios tenían una influencia que me parece era mucho mayor que la que tienen hoy en día, cuando la literatura compite con muchas otras formas de entretenimiento, de diversión, que, por una parte, yo creo que la van desplazando, y por otra parte, también la van contaminando. Hay un tipo de literatura, ligera, leve, de puro entretenimiento, que rehúye los grandes problemas y persigue, sobre todo, entretener. En ese sentido, sí, creo que en nuestra época la literatura vive una cierta crisis de la que nadie sabe cómo va a salir.

«La influencia que hoy tiene la literatura es mucho menor que en el pasado» Hay otros analistas de la sociedad contemporánea que hablan de cultura del espectáculo, y usted va un paso más allá: la civilización del espectáculo.

Es la impresión que yo tengo, que no es solamente una dimensión, sino el conjunto de la vida en sociedad, el que está afectado por eso que podríamos llamar la frivolización, la banalización. La cultura persigue hoy, aunque no lo diga explícitamente, sobre todo divertir, entretener. Y tradicionalmente no era la función de la cultura. La cultura trataba de responder a las grandes preguntas: ¿qué hacemos aquí?, ¿tenemos un destino o no?, ¿somos realmente libres o somos seres más bien movidos por fuerzas que no controlamos? Toda esa problemática, que era a la que la cultura daba respuesta, prácticamente hoy se ha extinguido, ha desaparecido.

Y en ese proceso usted acusa a los intelectuales contemporáneos de una absoluta inacción, de vivir mirándose el ombligo.

A diferencia de lo que ocurría con las generaciones anteriores, hoy día la mayor parte de los escritores no creen que la literatura deba afrontar este tipo de asuntos. Piensan que es pretencioso, y además iluso, que la literatura pueda ayudar a resolver ese tipo de problemas, y prefieren concentrarse en una especialidad. Hacen literatura, y aceptan que la literatura tenga un rol modesto dentro de la vida de la sociedad. Y eso creo que también se refleja en la poca ambición que muestra mucha literatura de nuestro tiempo. No se fija grandes objetivos. A diferencia de los escritores del pasado, no escriben para la eternidad, para sobrevivir a la muerte. Se contentan con que la literatura cumpla una función más o menos inmediata, y sea una literatura de consumo, en el sentido más explícito la palabra.

«La literatura actual tiene muy poca ambición. No se escribe para la eternidad»Su planteamiento es valiente porque se lanza al ruedo y, de alguna forma, quiere recuperar ese papel del escritor intelectual implicado con la realidad. ¿Cree que con esta actitud puede sembrar con el ejemplo?
Yo nací a la literatura en una época en la que era inconcebible que el escritor no se comprometiera. Defendía unos puntos de vista, criticaba otros, pero de esta manera contribuía de algún modo a la vida cívica, a la vida social de su tiempo. Esa es una actitud que hoy parece completamente obsoleta. Los escritores más jóvenes no piensan que esa deba ser la función del escritor.

¿En qué medida ha influido el periodismo en esta civilización del espectáculo?

Yo creo que ha sido determinante. Desde luego, no niego que haya un periodismo serio que sobrevive a duras penas en un mundo donde el periodismo, al igual que la cultura en general, persigue sobre todo entretener, divertir. Y eso ha motivado que el periodismo amarillo, el que se inmiscuye en la vida privada de las personas, tenga la importancia que tiene en nuestra época. Se da en las sociedades más avanzadas, mejor educadas, como en las sociedades más subdesarrolladas. Simplemente es lo que ha ocurrido en Inglaterra: el periodismo de escándalo, el periodismo amarillo, el periodismo que además ha delinquido y ha transgredido la ley, y que tenía un público tan gigantesco en un país tan culto como Inglaterra, es un indicio de lo que digo. Eso desde luego ha hecho un daño enorme, porque el periodismo, sobre todo el televisivo, el de revistas del corazón, que llegan a un público muy grande, ejerce de hecho una influencia en la manera de ser, en la manera de pensar de las personas, y creo que ha sido uno de los grandes instrumentos de la difusión de esa civilización del espectáculo que caracteriza nuestro tiempo.


Y en toda esta banalidad y banalización, ¿qué papel le concede a internet?

Respecto a esa gran revolución audiovisual hay dos aspectos que son, por una parte, contradictorios, y por otra, inseparables. Creo que el avance de las comunicaciones ha sido extraordinario y que ese es un progreso de la libertad. Hoy es muchísimo más difícil que haya censura, porque la gran revolución audiovisual permite que se burlen todos los sistema de control de la comunicación, del pensamiento, de la expresión, y eso desde luego es muy importante y un gran progreso. Al mismo tiempo, con esa universalización de la comunicación ha venido también un desplome total de lo que es la discriminación, el establecimiento de órdenes de prelación o de importancia en las informaciones, y eso ha traído consigo una enorme confusión. Uno de los peligros más serios de la gran revolución audiovisual es la falta de jerarquía, la desaparición entera de los valores. Todo vale en nombre de esa tecnología que realmente no tiene barreras, no tiene frenos. Y eso puede ser gravísimo, porque la democracia no solamente es libertad. Libertad es también orden, es también legalidad. Y la legalidad salta en pedazos, porque hoy día lo permite la gran revolución tecnológica. La democracia misma está amenazada.

Usted cita en el libro el caso Wikileaks, ¿un claro ejemplo de internet mal entendido?

Según sus defensores, sí, es una gran revolución de la libertad. Ha permitido que la libertad rompa todo tipo de controles y se ejercite con absoluta impunidad. Y por otra parte, ha destruido en muchos sentidos lo que es la privacidad, la vida privada, no solo de las personas, sino de las instituciones, y por eso yo creo que ha hecho un daño enorme a la cultura democrática. Son los países democráticos los que se han visto más afectados con ese exhibicionismo generalizado de toda su vida privada. ¿Y eso a quién perjudica? Yo creo que perjudica profundamente a la democracia, porque ese tipo de información no afecta a las dictaduras totalitarias. Los países totalitarios se defienden contra ese género de exhibicionismo y, en cambio, ese exhibicionismo está socavando verdaderamente las bases del sistema democrático. A mí me parece que ese es un fenómeno muy, muy interesante, justamente para ver cómo la libertad puede a veces, por exceso, ser destructiva y autodestructiva.


¿Y qué tiene que decir del libro electrónico?

Junto con el libro electrónico, deberíamos defender la supervivencia del libro de papel. Porque el contenido sí está en muchos casos determinado por el soporte, o por la forma. Creo que todos los que hacemos literatura sabemos que la forma es el contenido en muchísimos casos, y el que los libros pasen del papel a la pantalla puede significar una revolución profunda del contenido. Y ojalá no sea esa banalización que yo, me temo mucho, las pantallas han introducido en la cultura del espectáculo.

Usted dedica un amplio espacio en el libro a la educación, el valor de una excelencia perdida.

Creo que el desarrollo económico es fundamental, y sin ninguna duda el desarrollo tecnológico; el desarrollo científico es la base del conocimiento. Sobre eso no puede caber ninguna duda. Ahora, si el desarrollo se cifra exclusivamente en ese aspecto y desaparece lo que llamábamos justamente la dimensión cultural, espiritual, de valores, estamos creando una especie de estructura vacía, hueca; sociedades que al final no van a ser de ciudadanos conscientes, racionales, sino de zombis que van a funcionar más por reacciones encadenadas, a través de mecanismos que tienen que ver sobre todo con la publicidad y la manipulación de la información. A mí me parece gravísimo, y por eso creo que hay que defender la cultura en su sentido más tradicional.

En este proceso de pérdida de valores también implica a la clase política. ¿Al final vivimos no con el gobierno de los mejores, sino con el de los menos malos posible?

Esa devaluación de la política es uno de los problemas mayores que afronta la sociedad presente. Es muy importante que los mejores vayan a hacer política si queremos que la política sea creativa, sea limpia, sea decente, sea pura, sea idealista. Si la política solamente recluta a los mediocres y se genera una especie de desprecio generalizado hacia la política, el resultado va a ser catastrófico justamente para la cultura de la libertad, para las instituciones democráticas. Hay que devolverle a la política el prestigio que en algunos momentos tuvo, que son aquellos momentos en que la política trajo a los mejores y permitió los grandes cambios que han hecho posible justamente la cultura democrática, la cultura de la libertad.

«Es muy importante que los mejores vayan a hacer política»¿Cómo volvemos a empezar? ¿Cómo recuperamos a los mejores?

El problema es que nadie tiene conciencia del problema, solo minorías que tienen muy poca influencia en el funcionamiento de la sociedad. Y luego, sobre todo, añadir a lo que es el desarrollo material y científico esa dimensión que representaba la cultura tradicional. Tradicionalmente, la cultura era lo que daba un sentido, una significación, un valor determinado a las reformas sociales, políticas, económicas. Si eso se pierde, y vivimos en un mundo de puro pragmatismo, el resultado puede ser trágico.

Para el desarrollo de este discurso no duda en remontarse a los orígenes, que sitúa en Mayo del 68.

Mayo del 68 resumió en cierta forma lo que era toda una manifestación, en distintos campos, de una necesidad de cambio radical. Al final, lo que hicimos fue construir una especie de monstruo que ahora nos ha dejado unas secuelas de las que no sabemos cómo salir. Creo que en el campo de la educación es donde se ve más dramáticamente. Desde luego que la escuela tradicional necesitaba una reforma, sobre eso creo que había unanimidad. Pero la reforma, al final, significó destruir todo tipo de patrones, todo tipo de valores, todo tipo de jerarquías, y el resultado ha sido la confusión y, en muchas casos, contraproducente. Hemos convertido las escuelas en verdaderos caos y las nuevas generaciones están padeciendo por desgracia un experimento que no dio los resultados que se esperaban.

¿Cómo se siente ahora que ha tomado la bandera de la denuncia?

No me considero un redentor en absoluto. Siento terror por los redentores de todo tipo. Yo soy simplemente un escritor. He escrito este ensayo expresando una problemática que he vivido, como digo en el capítulo final, en carne propia. En un momento dado, he sentido en mi propia experiencia que había unos vacíos tremendos, que había unas deformaciones tremendas, y todo eso, de alguna manera, se refleja en la preocupación por la cultura. La cultura es la vida de las personas, es lo que da sentido, orden, más o menos espiritual, a una sociedad.

«Uno de los peligros de la revolución audiovisual es la falta de jerarquía»Pese al panorama descrito, ¿hay motivos para el optimismo?


No soy pesimista porque no creo que la Historia tenga unas leyes inflexibles que determinan nuestro futuro. El futuro lo determinamos nosotros mediante iniciativas, mediante actos libres. Aquello que anda mal puede ser corregido, aquello que anda peor podría pasar a ser mejor, y todo eso depende enteramente de nosotros. Depende de una movilización de la sociedad en este sentido, así que no, pesimista no soy en absoluto. No creo que lo que está ocurriendo sea algo fatídico, ni muchísimo menos. Creo que han sido unas decisiones que son discutibles, que son equivocadas, y que por eso mismo pueden ser también corregidas.

Por último, permítame felicitarle: ha escrito un ensayo sin caer en la pedantería y lo ilegible.

No está en absoluto dirigido a una élite. La idea es que este ensayo pueda llegar a cualquier persona razonablemente educada. Lo he escrito evitando todo ese oscurantismo, que es una de las características, por desgracia, de la filosofía.

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