Los niños de Sudán del Sur merecen algo mejor
Por: Gonzalo Fanjul
Sudán del Sur es uno de esos países que lo tienen todo en contra. Independizado de su vecino del norte hace menos de un año tras un cruenta guerra civil, la nación más joven del planeta carece de salida al mar, soporta niveles de pobreza extrema del 80% y lidera el ránking mundial de mortalidad materna. Las disputas más recientes con Sudán han interrumpido la producción de petróleo -una materia prima de la que depende el 98% de sus ingresos- y podrían desencadenar una nueva guerra en pocas semanas.
Estos obstáculos resultarían insorteables para cualquier otra nación, pero no para los sursudaneses. Desesperados por dejar atrás una historia de violencia y abandono, el país se ha volcado en la educación como el talismán para el futuro. En los cinco años que han pasado desde los acuerdos de paz, las familias han incrementando la escolarización de los menores hasta doblar los niveles del fin de la guerra. El nuevo Gobierno ha multiplicado este esfuerzo presentando a los donantes un ambicioso plan estratégico que sitúa a la educación en el centro de las prioridades para los próximos años.
El entusiasmo, sin embargo, no parece ser correspondido. Este blog ha tenido acceso en exclusiva a un informe de la fundación que preside el exprimer ministro británico Gordon Brown en el que se describen los frenos a la consolidación de un sistema educativo básico para el país. De entre todos ellos, la intransigencia de algunos donantes como el Banco Mundial es uno de las menos explicables.
Los datos del informe -elaborado por nuestro colaborador Kevin Watkins- ayudan a poner el problema en perspectiva: “Sudán del Sur se encuentra anclado en el fondo de la liga educativa global. Más de la mitad de los niños en edad de educación primaria (aproximadamente un millón) están fuera de la escuela. Las niñas del país tienen más posibilidades de morir durante el embarazo o dando a luz, que de acabar la educación primaria”. En plena recuperación tras un conflicto devastador, el país ha acogido a más 150.000 niños desplazados por el Norte tras los acuerdos de paz, y la mitad de los 28.000 maestros con los que cuenta el sistema poseen tan solo la educación básica.
Considerando que hablamos de una de las regiones más desesperadas y conflictivas del planeta, el compromiso de la sociedad y las autoridades con la educación debería constituir una especie de comodín para los donantes. Al fin y al cabo, entre el 30% y el 40% del presupuesto público sigue dependiendo de la ayuda exterior. Pero la prometedora retórica internacional de las semanas que sucedieron a la independencia ha dejado paso a un panorama en el que los donantes realizan contribuciones muy por debajo de lo que necesita el sistema educativo sursudanés y sujetas a una descoordinación preocupante.
El Banco Mundial, en particular, ha sido incapaz de desarrollar en este país ni un solo programa de su Alianza Global por la Educación (AGE), el principal esfuerzo multilateral en este ámbito. Tras la revisión de los planes del Gobierno, los responsables del Banco llegaron a la paradójica conclusión de que un país con niveles educativos medievales se plantea objetivos demasiado ambiciosos para los próximos años. Así que ha decidido destinar por ahora a Sudán del Sur 38 millones de dólares, una cantidad que ni se acerca a lo que sería necesario.
“Lo que debería haber sido un estudio de caso para la eficacia de la AGE se ha convertido en un escaparate de todo lo que funciona mal en un sistema de ayuda demasiado inflexible, lento e incapaz de responder a las necesidades de países afectados por conflictos”, dice el autor del informe, que exige una reconsideración urgente por parte del Banco Mundial.
Lo cierto es que los niños de Sudán del Sur se merecen algo más que esto. El informe propone una completa agenda de trabajo que permitiría incorporar a un millón de niños a la escuela primaria y mejorar la calidad de la educación que recibe otro millón y medio; extender los servicios educativos a 300.000 menores desplazados por los conflictos; reducir la desigualdad en el acceso de las niñas a la educación; y mejorar la infraestructura escolar y la formación de los maestros.
El plan tiene una duración de cuatro años y exigiría 500 millones de dólares adicionales por año, 100 de los cuáles corresponderían al Gobierno nacional. Mientras dure la reconstrucción del sistema, el Estado puede apoyarse en la exitosa experiencia de algunas ONG que impulsan la educación en Sudán del Sur: la coalición de Iglesias Episcopalianas del país; la bangladeshí BRAC; o la británica Save the Children. Todas ellas conocen de primera mano el potencial de una sociedad que podría cambiar su futuro si cuenta con la ayuda adecuada.
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