Botero, 80 años de arte


Autor: Juan Esteban Agudelo Restrepo




¿Qué se le podría decir hoy al artista más universal que ha tenido Antioquia?, tal vez lo más obvio sea señalar su fama o su éxito, pero no es bueno ser obvio. Por eso, quizá lo mejor sea decir que no solo se celebra a un hombre de gran talento sino que se festeja la vida de uno de los pintores más queridos de Colombia, de Medellín. Y él mismo se ha dado cuenta de ese cariño que le profesa la gente cuando va por la calle.

Hoy se celebran 80 años de un hombre que llegó a cimas del mundo a las que ningún otro pintor colombiano había llegado. Fernando Botero habla de su vida y de su obra.



-¿Cuando usted se fue de Medellín se imaginó que tendría el éxito que tiene hoy?


“No... si yo era el bobo del pueblo, porque querer ser artista en Medellín era ser el bobo del pueblo, pero a mí me gustaba mucho pintar.
Yo terminé el bachillerato y dije: ‘No estudio más, yo quiero ser pintor’, y mi mamá me dijo: ‘Bueno, se va a morir de hambre, pero si quiere ser pintor, sea pintor’. Aunque yo ya llevaba varios años pintando. Yo había participado en el año 47 en el Salón de Tejicóndor, pero con un cuadro horrendo.



Después hubo una exposición de pintores antioqueños en Bogotá, con el grupo de Carlos Correa, Pedro Nel, Rafael Sáenz, todos ellos, y me incluyeron a mí con tres cuadros, que están ahora en la exposición retrospectiva de México: uno en la versión original y dos en fotos, porque era importante mostrar mis inicios, aunque el cuadro de Tejicóndor no está porque era demasiado feo para ponerlo ahí.



Esa exposición en Bogotá fue la primera exposición importante en la que participé, sobre todo con pintores que ya tenían prestigio.



Esos fueron mis principios, yo estoy pintando desde los 15 años”.



- Pero, además de querer ser artista, que en Medellín ya era una cosa mal vista, ¿cómo fue querer ser artista figurativo en el siglo XX?


“No sé, nunca se me pasó por la cabeza ser abstracto. Además, pienso que el arte abstracto es muy bonito, muy decorativo, pero le falta algo.



La pintura figurativa tiene el color, tiene la composición, tiene el dibujo, y además dice algo. El arte siempre es un equilibrio entre los valores expresivos y los valores decorativos, ese equilibrio es muy importante.



Los cuadros del arte abstracto son lindísimos, pero les falta algo, en el sentido de que el gran arte dice algo más allá de eso”.



-Hay muchas historias de su experiencia como estudiante en Bellas Artes, aquí en Medellín, unas dicen que lo echaron y otras dicen que el profesor le dijo que no estaba en capacidad de educarlo...


“No, no, no. Yo nunca estuve fijo en Bellas Artes, ni me matriculé ni nada. Yo soy autodidacta, en el sentido de que yo me fui a estudiar a Europa y en esa época no se usaba que los profesores fueran a clase, no sé por qué pero no iban. Yo vi a mi profesor una vez en mi vida, llegó, pasó, me dijo cualquier bobada y bueno...



Cuando yo llegué a Italia a estudiar frescos, el profesor nos dijo: ‘Se mezcla la cal con la arena y lo ponen ahí y pintan’, y no volví a verlo.



Por eso yo me considero autodidacta, en Europa iba a la escuela porque allá había calefacción, pero no enseñaba nadie.



Yo aprendí a pintar pintando, mirando museos y leyendo”.



-¿Cuáles eran los pintores que más le gustaban en esa época?


“Los pintores del 1400 italiano, esos eran mis favoritos, y siguen siéndolo: Piero della Francesca, Mantegna, Masaccio, Paulo Uccello, todos esos.



Además, porque todos tienen un aire muy contemporáneo por el colorido tan extraordinario, como los cabellos azules que pintó Paulo Uccello, por ejemplo. Él se dejaba ir e iba poniendo los colores, y ahí no se podía poner ni rosado ni amarillo, ¡era azul lo que tocaba ponerle!, es que hay que poner el color que pide la pintura, no se puede poner uno con remilgos (risas)”.



-¿Cuáles fueron los momentos de su vida que marcaron su obra?


“Desde el punto de vista de mi carrera, cuando fui descubierto por los alemanes, que me invitaron a hacer varias exposiciones en museos europeos, y eso fue un antes y un después en mi carrera.



Para mi mundo del arte, fue con la famosa mandolina, que cuando le hice el huequito chiquito tomó esas proporciones, y me di cuenta que para lograr una explosión de monumentalidad y de fuerza y de plasticidad, tenía que hacer los detalles pequeños y la forma exterior generosa. Ese contraste entre la pequeñez del detalle y la amplitud del dibujo creaba una superdimensión que no había visto en la pintura. Yo antes hacía el volumen de una forma tradicional, y esa mandolina fue una revolución”.



-¿Cómo fue pasar de ser un artista desconocido en ciudades como Nueva York o Florencia a vender tanto y lograr tanta fama?


“Yo llegué con 200 dólares en el bolsillo a Nueva York, más pobre que... Yo no sé cómo hice para sobrevivir. Llegué a tener tres dólares en el bolsillo. Vendía los dibujos a diez dólares cada uno.



Yo no tenía galería que me representara, porque como yo era figurativo, en esa época solo querían arte abstracto, entonces no me determinaban. Y yo decía que era pintor figurativo y me miraban como si fuera leproso. Terrible, un desprecio infinito.



Después de que hice esas exposiciones en Alemania, que tuvieron mucho éxito y se habló mucho de eso, los más grandes galeristas en París, en Londres, en Nueva York, en Suiza, que ni sabían que yo existía, empezaron a llamar por teléfono diciendo que querían trabajar conmigo, y empecé a ganar mucho más, y los coleccionistas querían tener no uno, sino dos o tres cuadros míos, y los precios se dispararon”.




"El beso de Judas". 2010. Óleo sobre lienzo. 138 x 159 centímetros. El "Viacrucis", de Fernando Botero, fue inaugurado el pasado 3 de abril en el Museo de Antioquia. La serie de 27 óleos y 26 dibujos primero fue expuesta en Nueva York. El artista decidió donarla al Museo.



-¿Qué pensó cuando, en 1974, el Museo de Antioquia le pidió que le donará el “Exvoto”, y usted dijo que sí aunque ya lo había vendido en Nueva York?


“¿El ‘Exvoto’ lo había vendido yo?”



- Sí, la historia es que Teresa Santamaría le pidió la pintura y usted le dijo que sí, pero que tenía que recuperarla.


“No, no recuerdo... Yo recuerdo es que mandé el ‘Exvoto’ al salón ese de Coltejer, yo sabía que no podía ganar nada, entonces lo hice un poquito mamando gallo, con el letrero ese que puse ahí de agradecimiento (‘Ex - voto en acción de gracias por recibir el primer premio de la Bienal de Coltejer, el primer nombre en textiles. Fernando Botero y familia, 1970’), porque yo ya sabía quién era el jurado.



Esos salones se hicieron con un esnobismo intelectual tremendo. Yo sabía que los hacían para mostrar la vanguardia francesa y americana. Que se hicieron por mover el ambiente aquí. Yo creo que fueron importantes, pero eran exactamente lo opuesto de lo que yo creía que debía ser el arte”.



-¿Cuáles son los temas sobre los que siempre ha preferido pintar?


“Lo que pasa es que en el arte hay unos temas que han tocado todos los pintores, entonces es el desnudo femenino, la naturaleza muerta, paisajes, grupos de personajes, los temas bíblicos y los temas mitológicos. Estos temas son constantes, los pintores siempre se enfrentan a ellos. Y eso es importante porque el arte siempre será decir lo mismo pero de una forma distinta, así es como se prueba la personalidad y la originalidad.
Y eso se nota sobre todo en la escultura, porque ahí los temas siempre son los mismos: la figura humana o la figura animal.



Yo tengo algo que he llamado la prueba de la naranja: la naranja es la forma más simple de la naturaleza, que es redonda, y todos los grandes pintores han logrado hacer esa misma naranja en una forma distinta. El que logre hacer que uno diga: ‘Esta naranja la hizo Velázquez, o la hizo Giotto’, es un gran artista”.


"Naranjas". 1989. Óleo sobre lienzo. 170 x 197 centímetros. Fernando Botero dice que en el arte siempre se han pintado los mismos temas, pero cada pintor lo hace con un lenguaje nuevo. Asegura que los grandes artistas son capaces de pintar una naranja imprimiéndole un estilo propio.


-Su obra se basa en el uso exagerado del volumen, pero ¿qué piensa cuando una persona le dice que usted pinta gordos?


“Yo le explico a todo el mundo que yo pintó todo volumétrico, y que no he pintado una gorda en mi vida. Aunque sí he pintado una mujer gorda, fue en la serie del “Circo”, en una escena en que está la mujer gorda, porque en los circos siempre hay una mujer gorda, y la hice para que se vea la diferencia entre una gorda de verdad y las gordas que piensan que yo hago, que no son gordas sino volumétricas.



Esa es la única gorda que yo he pintado en mi vida”.



-En 80 años de vida, ¿qué le ha dejado el arte?


“Me ha dejado la satisfacción de haber vivido bien la vida y de haber tenido placer todos los días. La gente más afortunada es la que ama su trabajo, que encuentra ahí la fuente del placer de su vida, y yo tengo un placer infinito, casi un éxtasis, por trabajar. Y es una maravilla porque lo puedo hacer todos los días.



A mí la única cosa que me da miedo es tener una enfermedad que me impida pintar. Si me muero, me muero de una vez, pero no quiero estar metido en una cama o en una silla de ruedas sin poder pintar, o bien tarado con un derrame, eso me aterra. Si hay que morirse, me muero y se acabó.



Vivir sin trabajar sería una condena, un castigo, una maldición terrible. Yo gozo mi trabajo y la felicidad de mi vida es tener esta pasión”.




Fernando Botero


Nació en 1932 en Medellín.



De niño se entrenó como torero, pero, tras un accidente, abandonó esa formación, aunque el tema de la tauromaquia siempre ha estado presente en su obra.



Se inició como ilustrador en el periódico El Colombiano, y a finales de los años 40 ya exponía su obra. Se marchó de Medellín para formarse en Bogotá, después se fue a Europa, a inicios de los años 60, y posteriormente a Norteamérica.



Botero hace parte de las generaciones de artistas que renovaron por completo el lenguaje estético de Colombia. Junto a él, aparecen otros pintores y escultores como Alejandro Obregón, Enrique Grau, Édgar Negret, Guillermo Wiedemann, Eduardo Ramírez Villamizar, Ómar Rayo y Luis Caballero.



Suele decirse que Botero pinta gordas, aunque, para acuñar un concepto más exacto, se debe decir que lo que hay en él es un uso exagerado de los volúmenes, pues sus personajes no tienen las características típicas de un cuerpo gordo (como la flacidez de la carne), sino que parecen personas infladas como globos.



Su obra se caracteriza, además, por retomar los temas latinoamericanos, especialmente de Medellín. Él mismo dice que para ser un artista universal hay que ser, primero, un artista de provincia, porque es en lo local en donde el hombre encuentra los elementos que lo conmueven, y eso se puede traducir a cualquier cultura.



La obra de Botero hace parte de colecciones de todo el mundo, siendo el artista vivo de Latinoamérica más cotizado actualmente.



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