Adiós al genio de uniforme



Steve Jobs ha muerto dejando en nuestras retinas la imagen exacta que quería dejar. La de un hombre que ha trascendido a través de su obra, un artista de las máquinas. Hoy lloramos a un empresario multimillonario como hace unos años lloramos a Lady Di o a Michael Jackson. La pérdida de un personaje grande y débil a la vez es irresistible para las emociones colectivas.

Despedimos a un hombre vestido siempre con unas zapatillas New Balance, unos Levi's demasiado grandes y una camiseta negra de cuello vuelto. Creativo, obsesivo, meticuloso hasta el extremo y víctima de una historia vital compleja que ha tenido su broche en una muerte temprana, Jobs se larga habiendo conseguido transformar algunas cosas en el mundo, que no está mal. La principal quizá haya sido cambiar nuestra relación con unos cacharros insufribles llenos de cables y virarlos en herramientas personales bellas, sencillas y deseables. Lo que se desea como propio se trata de otra manera.

Más sutil que su influencia en la historia de la tecnología, pero también importante, ha sido su aportación a la idea del líder, del triunfador. Jobs dinamitó la imagen del jefe como un señor vestido de traje y corbata, dejando un legado estético que siguen nerds de todo el mundo, desde Mark Zuckerberg hasta el administrador de sistemas de tu oficina. El estilo de los hombres que niegan seguir un estilo porque ellos se encuentran por encima de las veleidades de la moda. El "dress down” como forma de gritar al mundo “soy brillante, entiendo a las máquinas, no necesito que una tira de tela me apriete la garganta, si tú lo aceptas es tu problema”. El creativo sobre el ejecutivo.

Jobs dinamitó la imagen del jefe como un señor vestido de traje y corbata, dejando un legado estético que siguen hombres de todo el mundo
¿Por qué se autoimpuso Steve Jobs un uniforme al que fue fiel durante años y años? Descartemos cuanto antes la despreocupación en un hombre que hizo de las presentaciones una ciencia exacta y que era capaz de hacer pasar noches en vela a ejércitos de ingenieros para que el click que hacen unos auriculares al conectarse fuera perfecto o para que la luz que ilumniaría el primer iMac visto sobre un escenario resultara lo más brillante posible. Aceptemos, eso sí, una filosofía de vida guiada por la idea de la simplicidad y la unión de forma y función: Jobs el budista, el vegetariano, el que ya posaba en el 82 sentado en el suelo de su casa sin muebles. Su rasgo de carácter puede seguirse a lo largo de la historia de Apple, desde el botón único que controlaba el iPod hasta la integración de pantalla y CPU en una misma pieza, pasando por el clip que viene en la caja de los iPhones y que sirve para cambiar su SIM.

A Jobs nunca le hizo mucha gracia que cuestionaran su look. Steven Heller llegó a inventar la furia del empresario tras preguntarle si su aspecto era una forma de decirle a la audiencia “jodeos” o si tenía otro significado simbólico. Consiguió un descacharrante texto falso. La versión más aceptada la dio Steve Chazin, un antiguo ejecutivo de marketing de la compañía y autor de “Marketing Apple”, a The New York Times: “Él no quería que ningún individuo hiciera sombra a la marca, lo que le incluía a él”. Y cuentan que uno de sus primeros movimientos tras su regreso a Apple a mediados de los 90 fue deshacerse de la pantalla en la que aparecía el nombre de los programadores que habían contribuido a elaborar un programa. “No quería que la gente pensara que era especial”, añadía Chazin.

La explicación es tentadora, y concuerda con el significado tradicional del uniforme, la forma más efectiva que ha encontrado el ser humano de trasmitirle a otros a primera vista que su trabajo está por encima de su persona, aplicable desde los policías hasta a las monjas o los colegiales. Pero la idea de que Apple está por encima de Jobs resulta ridícula hoy a la luz del trending topic. En realidad, nunca intentó pasar desapercibido. Apple giraba alrededor de Jobs, controlador hasta el último detalle de cada producto. Lo que fue una suerte en vida de Jobs es a partir de ahora la maldición de Apple.

El esfuerzo de ir siempre igual puede significar para unos comodidad y discreción... pero también se puede leer como cabezonería, narcisismo y un deseo de marcar la diferencia con los demás. Es un look fácil de encontrar en altos ejecutivos y artistas (un ejemplo claro últimamente son los diseñadores de moda, que mezclan ambos perfiles y poseen cierta tendencia a la uniformidad a pesar de dictar las modas de los demás). Y no es fácil de mantener. El inversor Arthur Rock ha contado cómo en los primeros días de Apple Jobs y Wozniac eran gente muy poco atractiva: “Jobs entro en la oficina, como hace ahora, vestido con Levi's, pero en esa época no era lo que había que hacer”. “Creo que tenía perilla, barba y pelo largo y que acababa de venir de pasar seis meses en la India con un gurú, aprendiendo sobre la vida. No estoy seguro, pero puede que hiciera tiempo desde la última vez que se dio un baño”, se explica en un artículo sobre cómo Jobs fue despedido de su propia empresa.

Aprendió pronto. En “The presentation secrets of Steve Jobs”, Carmine Gallo cuenta cómo Jobs gruñó a al jefe de marketing de Next (la compañía que fundó tras salir de Apple y que después compraría Apple) por aparecer en vaqueros en su casa antes de una reunión con un banco. Jobs llevaba un caro traje de Brioni. “Hey, que hoy vamos al banco”, le dijo. Muchos años después lo hemos visto impecable sobre la alfombra roja.

En suma: sabía perfectamente que hay que ponerse lo adecuado en el momento adecuado. Lo correcto para la empresa del “think different” eran unos vaqueros, unas zapatillas y una camiseta negra. Y dentro, Steve Jobs.


En los Oscar de 2010, con su mujer Laurene Powell.
Foto: Getty Images




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