La Cuba que no cambió



Dicen los que saben de esto que la mejor fotografía llega cuando has tirado decenas, cuando el protagonista anda cansado y ya no ve la cámara. Como si no estuviera. Este es el ritual de Ernesto Bazán (Palermo, 1959): primero un poquito de ron para la Pachamama, la tierra. Luego, otro poquito para sus cubanos, los que fue a ver al campo. Y para él. Tercero, el puro de Fidel. No el del traje oliva, sino Fidel Rodríguez, uno de esos amigos de la provincia de Pinar del Río que, sin falta, iba cada día hasta la choza donde guardaba su tabaco para liar un buen habano. "Fumaba, bebía y, después, fotografiaba", recuerda Bazán con una sonrisa que se escucha a través del teléfono. El resultado: instantáneas de "amigos", no de "desconocidos". Y un libro con 88 fotografías, selección de sus últimos cinco años en la isla (2000-2005), que hoy jueves, a partir de las 20.00, abre sus tapas en la galería madrileña Rita Castellote bajo el título Al Campo (Bazan Photos Publishing).

Las fotos entran por los ojos y cada ojo deja pasar lo que quiere. Una de las imágenes que, a lo largo de Al Campo, entra bien y detiene las páginas inmortaliza a tres guajiros y a una niña en medio de una plantación de un verde intenso, pero matizado por el nublado. ¿Qué queda? El gesto de cariño de la menor, con sus manos a ambos lados del rostro de uno de los campesinos; o la mueca del que no lleva sombrero de paja; el bigotón del que aparece en primer plano con una barba de dos días cerrada, muy cerrada; o las arrugas de cualquiera de ellos, las de esa Cuba pegada a la tierra con poco bamboleo. "Es totalmente diferente a La Habana, es la visión de un lugar ancestral", relata el fotógrafo italiano, exmiembro de la agencia Magnum y ganador del World Press Photo. "Allí no ha cambiado nada desde hace mucho tiempo".


Sicilia, en Cuba

Y eso es lo que el fotógrafo siciliano persiguió durante los 14 años que pasó en Cuba: la cultura que se mantiene aferrada a las raíces, a su tradición. No lo sabía cuando aterrizó por vez primera en La Habana de 1992. Había algo, cuenta Bazán, que le llevaba a esa "niñez siciliana en la que los campesinos le invitaban a un pan con cebolla con un poquito de sal". Algo que le sonaba a su Palermo natal. Y lo retrató -con el permiso de su mujer Sissy y sus dos gemelos- en blanco y negro, como recoge su primer título, BazanCuba, pero también en color. "Fui increíble", continúa, "recordar mi niñez con amigos campesinos. No era solo fotografiar, sino compartir nuestras vidas".

Como lo ha hecho con los 70 estudiantes que han empujado junto a él para llevar a las estanterías Al Campo. Han ayudado a la financiación del proyecto, una suerte de trabajo "coral", explica, sin el que las fotografías no habrían llegado a la imprenta. Ellos y la plataforma estadounidense Kickstarter, a través de la que ha obtenido, con el bolsillo de los internautas, un 25% del dinero que necesitaba.



¿Qué siente ahora que ve de nuevo esas imágenes? "Extraño mucho ese momento de mi vida y el deseo interno me dicta volver, pero soy persona non grata". Bazán tuvo que abandonar Cuba en 2006, acusado por el régimen de impartir clases de fotoperiodismo. "Fue el destino", se aventura a interpretar. El próximo proyecto, ya fuera de ese "baúl de Pandora" donde guarda sus carretes, cerrará la trilogía cubana, de nuevo en blanco y negro, pero ahora en tamaño panorámico.




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