"Uribe ha sido la versión benigna de un caudillo"





El País
JESÚS RUIZ MANTILLA



Polémico escritor colombiano, gran amigo de Vargas Llosa y García Márquez, de los que espera que se reconcilien pronto. Publica una novela autobiográfica, también controvertida.

Con ese nombre de senador romano, Plinio Apuleyo Mendoza va sorteando su suerte en la vida, urdiendo alianzas y atestiguando fenómenos históricos. Colombiano cosmopolita, viajero, nómada, apasionado de América Latina -"nuestros países", dice-, también acostumbra a mirar el mundo del que proviene desde fuera sin dejar de implicarse a la fuerza.

Embajador, pero poco diplomático

"El desencuentro entre Gabo y Vargas Llosa fue por culpa de un chisme"

"Mientras no se legalice la coca, en Colombia subsistirá el problema"

Fue escritor precoz y también aglutinador de talentos. En el París de los años sesenta, mientras Europa se hurgaba en las heridas, Plinio Apuleyo esparció el perfume exótico de los jóvenes escritores latinoamericanos desde la revista Libre. Aquello fue la cantera del boom, con colaboraciones sistemáticas de sus amigos Julio Cortázar, Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa.

Fue testigo de todos sus encuentros y sus desencuentros. De las peleas, las necesidades y las borracheras. Hasta hoy, que conserva una íntima amistad con ambos premios Nobel. Fue escritor adolescente. Rimbaud en prosa, admirador sin aliento de los grandes poetas franceses.

Primeras palabras apareció cuando él tenía 15 años y a partir de ahí ha cabalgado entre la novela, el ensayo polémico concebido como panfleto, como el escrito a trío con Álvaro Vargas Llosa y Alberto Montaner, Manual del perfecto idiota latinoamericano. Ahora aparece su última novela de corte autobiográfico, se titula Entre dos aguas (Ediciones B) y es un retrato, también polémico, con ida y vuelta permanente a todas las orillas de la Colombia reciente.





Hablar a las claras no le ha costado romper las amistades con sus compadres más fieles, aunque estén en el polo opuesto ideológico, como García Márquez. Pero sí una visita con bombas por parte del Ejército de Liberación Nacional, de la que salió ileso.


Si me permite, ese nombre suyo le habrá dado algún problema en la vida.

Bueno, todo se remonta a mi bisabuelo. Vivía en un pueblito andino de Boyacá, le hablo del siglo XIX. Venía un hombre con una mula cargada de libros de la antigüedad editados por Ercilla y esa gente se la pasaba leyendo esos libros a la luz de las velas. Pues aquel hombre se encantó con Plinio, no sé si el joven o el viejo o los dos, y también con Apuleyo, un gran escritor, autor del El asno de oro en el año 2, que le fascinó. Él plantó a mi abuelo los dos, pero se le conocía solo como Apuleyo. Nació mi padre y a él le pusieron Plinio. Cuando yo vine al mundo, mi abuelo acababa de morir y de ahí que me pusieran ambos nombres de nuevo. En el colegio yo no quería que nadie se enterara de que me llamaba Apuleyo, mientras que en casa me llamaban Apuleyo porque mi padre ya era Plinio. El problema se agrava hasta tal punto que todo el mundo cree que Apuleyo es apellido y en Bogotá he llegado a aparecer en la A en la guía telefónica, en el aeropuerto pregunto por la M y nada, voy a hacerme una radiografía y lo mismo. Lo gracioso es cuando dicen: ¡Ya sube el señor Epicúreo!".


Nueva novela autobiográfica, dicen. Cuál no lo es. La suya, ¿en qué sentido?


Mario Vargas Llosa en Cartas a un joven novelista dice que lo vivido es fuente de todas las ficciones, pero eso no significa que una novela sea necesariamente autobiográfica. También estoy de acuerdo con la idea de strip-tease invertido: la ficción cubre con toda suerte de ropas la desnudez de lo vivido. Es excelente, es eso, ¿no cree?


En su libro uno puede ver al diplomático viajero que se ve atrapado entre dos mundos con inquietud pero con distancia. ¿Cómo ve desde Europa un latinoamericano a su mundo lejano?

No creo que uno vea con tanta nostalgia su propio país cuando sale de él voluntariamente. Lo que sí sé es que para mí era un hallazgo llegar a París y encontrar aquella ciudad inaudita. Más después de llegar de un Bogotá oscuro. Cuando le dije a mi padre que haría Filosofía y Letras, me contestó que me moriría de hambre. El caso es que me fui a París.

Rumbo a la bohemia.

Efectivamente, en los años cincuenta, conocí a Sartre cuando estaba en la revista Libre. No dejaba de decir: "Nosotros los maoístas...", desencantado como estaba de la URSS.


'Libre' fue la madre del 'boom' latinoamericano. ¿Se dieron cuenta ya entonces de lo que cocían para la historia de la literatura?

Aparecieron escritores ahí que entraron de lleno en la literatura universal. Pero no fuimos conscientes entonces. Ahora, justo el otro día, repasando la colección, me di cuenta de lo que fue.


Fueron los tiempos en los que conoció también a García Márquez. Alguien con buen ojo le dijo que no tenía remedio.

Que iba a ser un caso perdido. Fue el mismo tipo que me dijo que ir a París me saldría gratis. Eso fue en Bogotá, en una ciudad fría, donde todo el mundo se vestía de oscuro y él iba por la ciudad de claro. Parecía un cantante de rumbas, se le adivinaban las maracas en la mano, pidió una cerveza que por supuesto no pagó. Pregunté a mi amigo que quién era y me dijo que un tipo desastroso, que no iba a clase, se emborrachaba, escribía cuentos y le habían publicado dos muy kafkianos en El Espectador. Pese a todo, era un caso perdido, me dijo.


Luego lo encontró en París.

Le habían enviado a cubrir una conferencia internacional. Ya había publicado La hojarasca. Hablaba con mucho orgullo de sus cosas y tal. Yo había leído la novela y le dije que no me gustaba un capítulo, que sobraba, y se sorprendió mucho porque nadie se lo había dicho hasta entonces. Le veía muy pedante, pero era Navidad y le pedí que me acompañara a cenar a casa de unos amigos. La esposa americana le miraba extrañada y luego me dijo: "¿Por qué trajiste a un tipo tan horrible? ¡Apaga los cigarrillos en la suela del zapato!". Unos días después le invité a comer y al salir estaba todo nevado. Él vio aquello, pegó un grito y exclamó: "¡Mierda!". Salió corriendo como cuando los futbolistas meten un gol. Fue entonces cuando pensé: Está completamente loco, este si es un buen amigo mío.


Y así hasta hoy.

Claro.


Aun cuando ustedes están ideológicamente en polos opuestos. ¿Tiene que sacar mucho a relucir su vena diplomática?

Yo no soy diplomático.



Bueno, ha sido embajador.

Sí.


Me refiero diplomático de carácter. O metafísicamente hablando.

Fíjese si soy mal diplomático que al llegar a Portugal, el presidente me preguntó que qué tal mi país y yo le dije: mal. Un diplomático le hubiese contado que todo iba estupendo, pero yo empecé a enumerarle cosas y a contarle el problema de la producción de droga, la miseria, a decirle que por primera vez se estaba intentando poner freno a eso, pero que lo veía muy difícil, y el tipo me miraba con una cara...


Con Gabo discutirán de política.

No tanto. Hace años fuimos a visitar juntos los países del Este en Europa.


Claro, que usted tuvo un pasado comunista.

Comunista no, pero muy cercano. De extrema izquierda.



¿De izquierda carnívora, como ha escrito usted?

Carnívora, plena. El caso es que fuimos a ver Alemania oriental y entramos a un mundo tan triste, tan horrible, tan feo, que no podíamos creer que aquello fuera el mundo que soñábamos. Gabo se había quedado dormido en el coche y al despertar me dijo: "Oiga, maestro, soñé una cosa horrible. Soñé que el comunismo no funciona".


¿Y eso se lo habrá dicho Gabo a Fidel?

Lo escribió. Él nunca creyó en el mundo comunista. Es amigo de Fidel. Y su amistad surge de un asunto que fue culpa mía. Cuando el caso Padilla, en la revista Libre firmamos una carta contra la actitud de Fidel que no era una condena al régimen, pero manifestábamos nuestra preocupación. Todo el mundo firmó. Pero a Gabo no le localizábamos y yo le dije a Vargas Llosa que metiera su firma porque estaba seguro de que se mostraba de acuerdo. No era así y me explicó que no quería figurar. Entonces me empeñé en rectificar públicamente. Esa noticia dio la vuelta al mundo y ahí empezó una amistad entre los dos.


Una amistad muy fuerte.

Bueno, sí, pero le digo una cosa. Es una amistad que ha servido para muchas cosas buenas. Entre los dos hemos sacado presos de la cárcel. Él por un lado, yo por otro y en algunos casos, como el de Raúl Rivero, por ejemplo, con otro aliado como el rey Juan Carlos. Luego Rivero, al salir, lo reconoció públicamente. Gabo ha ayudado mucho a mucha gente. No sabemos hasta qué punto.


Siguiendo con las amistades en las que usted ha estado en medio. En aquel contexto de París y la revista 'Libre' se forjó la relación entre Vargas Llosa y García Márquez.

Fue un momento clave, una revista así no se podía hacer todavía en España, era el obligado punto de encuentro donde estaban además Cortázar, Severo Sarduy, todos. Se encontraban, cenaban juntos.


¿Y qué pasó después para que hubiera tantos desencuentros?

Un desencuentro.


¿Cómo fue?

Eso no lo sabemos.


Usted algo sabrá.

Fue todo un error de interpretación, seguro. Se despidieron como amigos y luego se volvieron a encontrar. Mario lo recibió muy mal, le pegó un puñetazo en la cara y le dijo: "Por la conducta que tuviste con Patricia en Barcelona. Yo sé, y juraría que no hubo nada incorrecto por parte de Gabo con ella. Fue algún chisme que de pronto deforma una amistad. Los chismes existen y son peligrosos. Fue una tontería que a mí me dolió mucho porque soy amigo de los dos.


Parece que últimamente hay un acercamiento. ¿Es así? Lo que ha separado la vida, a lo mejor lo une el Nobel.

No sé. Se habló de un encuentro en Cartagena de Indias, pero no sé qué pasó. Hay muchos amigos empeñados. El último, Héctor Abad Faciolince.


Es que resulta todo un trauma en las letras latinoamericanas.

Eran grandes, grandes amigos, lo demuestra su correspondencia.


Cada vez que está usted con ellos por separado, ¿se interesan el uno por el otro?

Sí, sí, honestamente debo contestar que sí. Y en términos amistosos, con cariño, sin ningún rencor, preguntándome también por los muchachos.


Cuénteme esa definición de izquierda carnívora que tanto le obsesiona.

Bueno, el caso más paradigmático es el de Chávez y su socialismo del siglo XXI, que para mí es una mezcla de fascismo y castrismo. Las normas mismas lo delatan: no se trata de hacer la revolución para llegar al poder, sino de llegar al poder para conseguirlo. No hay lucha armada, ni es necesario suprimir al ejército, que puede incorporarse al proceso. Son consejos que le dio Norberto Sarrasole, que fue un argentino, asesor de los carapintadas, un hombre de extrema derecha que le dio consejos mágicos, y Chávez los siguió. No suprime la propiedad privada, tampoco.


La de los amigos, se mantiene.

Exacto, la boliburguesía. Mussolini hacía eso.


¿Más que socialismo del siglo XXI es caradura del siglo XXI?

Desde luego.



Pero no estoy seguro de que usted y sus amigos Montaner y Álvaro Vargas Llosa, cuando escribieron 'El manual del perfecto idiota latinoamericano', ofrecieran los remedios mágicos. Más bien pecaron de maniqueísmo. Tampoco el neoliberalismo salvaje ha sido solución de nada, más bien al contrario.

Fíjese que yo estoy preocupado con esto, muy inquieto.


¿Quiere decir eso que no lo hubiese escrito de aquella manera?

No, pero le explico. Creo que el modelo liberal, tendenciosamente llamado neoliberal, no es una ideología sino una lectura de la realidad. ¿Cómo hicieron los países asiáticos, que eran tan pobres como nosotros, para progresar de esta manera? Copiémoslo. En Chile se ha hecho y ha tenido éxito. En Perú... Bueno, estaba funcionando, veremos qué pasa ahora. La gente espera ver resultados inmediatos. Con el modelo liberal, tardan, pero con el socialismo asistencial se notan más rápido. Es la cultura populista.


¿No está la clave en los caminos intermedios?

Bueno, como lo que el actual presidente Santos propuso en su día con Tony Blair, la tercera vía.


Si me disculpa, eso ya lo había puesto en práctica Felipe González en España una década antes. Lo que ocurre es que no se quiso dar importancia. En eso el mundo anglosajón vende bien productos e inventos de otros. Lo de la marca no nos queda claro.

Cierto. Sin duda.


En el panorama latinoamericano de la última década, ¿la mejor noticia ha sido Lula y la peor Chávez?

Sí, estoy de acuerdo. Finalmente, Lula no aplicó las fórmulas del viejo izquierdismo estatal y consiguió riqueza, mientras que el otro ha logrado empobrecerlo todo. Ha perdido la clase media, totalmente, no la tiene a favor, logró un corte de clases horizontal al que, por cierto, le tenía terror Bolívar porque, según él, provocaba la guerra social.


Y en todo ese panorama, ¿dónde queda la Iglesia latinoamericana? Usted, en su nuevo libro la pone a caldo.

A la Teología de la Liberación. Ha sido funesta.


No será para tanto. También ha tenido sus mártires, sus persecuciones.

Entre ellos mi gran amigo Camilo Torres. Hablábamos del amor cristiano como concepto, aunque él era creyente y yo no, aquello nos unía, la idea de que el amor de Cristo era una idea hermosa, existiera o no existiera Dios. Cuando quiso meterse cura, su familia estaba preocupada, dejó a su novia y ella, como en cualquier culebrón latinoamericano, acabó de monja. Fue gran amigo de Gabo también, cuando fue a bautizar a su hijo Rodrigo...


El que hoy es gran director de cine...

El mismo. Quería hacerme padrino. Lo tenía su padre en brazos y dijo: "Este va a ser policía". Y yo que era muy de izquierdas le dije: "Policía no, guerrillero". Pues por haber hecho ese comentario, Camilo se negó a aceptarme como padrino del niño hasta que Gabo le convenció de que todo era una broma. Luego fue tomando él las posiciones contrarias y yo le cuestionaba cómo podía conciliar la lucha guerrillera con el ideal cristiano. Me respondía: "Primo, es que el amor tiene que ser eficaz". ¿Qué era eso? ¿Aceptar que hay una vía revolucionaria para ello? Pues bien, en el primer combate murió. Mi hija, que acababa de nacer entonces, se llama Camila por él y sus correligionarios me ponen bombas en casa. ¡Este es el mundo!


Raro, ¿no? Y usted en medio de todo, entre amigos que no hacen las paces y teólogos de la liberación que se niegan a aceptarle como padrino en los bautizos.

Muy extraño. Pero es la vida, sobre todo en nuestros países. Ocurren tantas cosas realmente extrañas. Mire, matar por un proyecto político es terrorismo, no hay que darle más vueltas y no tiene ninguna justificación.


Son las consecuencias de ese maniqueísmo.

Ustedes lo han vivido en España.


Totalmente, no podemos ser gran ejemplo de nada, así que déjense de complejos. Europa ya experimentó el Apocalipsis. España, una matanza entre hermanos. No podemos dar lecciones.

A mí me fascina que los escritores sean capaces de salir de ese maniqueísmo, como Muñoz Molina en La noche de los tiempos, por ejemplo, y otros muchos libros sobre la Guerra Civil.


Aun así, las dinámicas de violencia se desbocan y originan casos como los de los falsos positivos en Colombia. ¿Cómo fue posible aquello?

No creo que el Gobierno de Uribe estuviera implicado en eso. Fueron mandos intermedios. Una guerra regular se gana con bajas y algunos mandos creyeron que así las conseguían, no fueron órdenes de arriba. La guerrilla también crea confusión, cuando aparece un cadáver de los suyos dice que no le reconocen y así hacen que cuente como falso positivo. Todo eso hace que el ejército no salga de sus cuarteles y la guerrilla vuelva a ganar terreno.


Tampoco se puede poner ahora la mano en el fuego por nadie cuando se trata de las cloacas. Es una sombra con la que Uribe tendrá que lidiar.

Eso es injusto con Uribe, yo le conozco bien, y ni él ni Santos, que era entonces ministro de Defensa, tuvieron nada que ver. Uribe no es capaz de esas cosas. Jamás de la vida.


Y Santos, esa incógnita, ¿por dónde saldrá?

Se va despejando. Uribe es un líder con todos sus inconvenientes. Se muestra tajante y no admite componendas con nadie. Santos es un gran jugador de póquer. De verdad. Y esa habilidad la traslada a la política. Sabe que en vez de pelearse con Chávez busca la forma de arreglarse con él. En las relaciones internacionales se maneja muy bien, pero en la inseguridad, la situación me preocupa. Tiene que ver con la actitud que ha tomado el ejército después de que le quitaran la Justicia Penal Militar y haya pasado a la ordinaria, dura y desconfiada de los militares.


¿Uno ha sido un buen político y otro será un conveniente pragmático?

Es que no creo que Uribe haya sido un gran político, insisto en que es un líder, como una versión benigna de un caudillo, si se quiere. Ha sido eficaz, y el otro no difiere en casi nada en sus políticas, pero sí en los medios de acción.


Pero la herencia de Uribe en cuanto al apaciguamiento del conflicto, ¿tendrá algún imprevisto?

Empiezan a darse signos preocupantes en lo que yo llamo el posconflicto. Es natural cuando se han desmovilizado 50.000 personas. ¿Quién da trabajo a un antiguo guerrillero o a un paramilitar? Tienen unas primas, pero por poco tiempo y después se tienen que arreglar. Por eso están apareciendo un equivalente a las maras de El Salvador, grupos armados.


Y además de las ayudas, ¿a nadie se le ocurrió enseñarles un oficio? ¿No darles peces sino cañas para pescar?

Es lo que acabo de proponer con ONG españolas. Que vayan allá a enseñar oficios para que encuentren trabajo en el futuro. Es muy peligroso dejar que ocurra eso. Pero aun así se dan otras cosas. Encontré un general retirado en Urabá que con unos guerrilleros están creando unas plantaciones de orquídeas que ni en Colombia conocen, pero que da esperanza.


Ya decía usted que a Colombia lo arreglaban 50 años y un poeta.

No me acuerdo, ¿decía yo eso?


Por ahí lo he leído.

Tenemos grandes escritores jóvenes, la generación más joven es excelente. Y tenemos recursos económicos: petróleo, yacimientos, pero desgraciadamente tengo la sensación de que mientras existan 250 millones de consumidores de coca en todo el mundo, tendremos un problema. Lo más barato es producirla.


Como en todo, las modas pasan, en el pecado también. Ahora se estilan más las drogas de diseño. No es tan rentable.

Bueno, mejor para Colombia. Pero yo me temo que mientras no se legalice subsistirá el problema.





Plinio Apuleyo Mendoza

(Boyacá, Colombia, 1932) retó la advertencia de su padre cuando le dijo que si estudiaba Filosofía y Letras se moriría de hambre y se largó a París en los años cincuenta a enrolarse en la bohemia. Ya era un precoz escritor que a los 15 años vio publicado un libro titulado 'Primeras palabras'. Allí lanzó la revista 'Libre', la cuna del 'boom' latinoamericano.

Fue embajador de Colombia en Italia y Portugal, aunque él mismo dice que no tiene nada de diplomático. Ha escrito novelas como El desertor, Años de fuga, La llama y el hielo y también dos libros sobre su amigo García Márquez (con él en la foto), Conversaciones con Gabo y El olor de la Guayaba. Sus ensayos han sido a menudo polémicos. Sobre todo el que escribió a trío con Álvaro Vargas Llosa y Carlos Alberto Montaner titulado Manual del perfecto idiota latinoamericano.

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